martes, abril 26

¿Eres un chantajista emocional?


Para que tu novio te regale esa joya que tanto apeteces:
1) Le dices que se trata de un reconocimiento a tus muchos sacrificios.
2) Que tu próximo novio sí te lo regalará.
3) Hasta tanto no recibas la prenda, obedeces ciegamente el sexto mandamiento (“No cometerás actos impuros”).

Si al solicitar la visa norteamericana el entrevistador se muestra receloso:1) Comentas, como al descuido, que te encanta Clint Eastwood
2) Y Adam Sandler
3) Ambos.

Para sumar seguidores en Twitter o amigos en Facebook:
1) Mencionas que te sientes solo.
2) Anuncias que te quedan pocos días de vida.
3) Colocas de avatar la foto de Winnie-Pooh.

Para obtener sexo en la primera cita:
1) Te pones colonia.
2) Te pones romántico.
3) Te pones a llorar.

Al momento de pedirle dinero a un amigo, esgrimes:
1) “¿Recuerdas todas esas veces en que te he sacado las patas del barro?”.
2) “La cena de mis hijos, es decir, de tus ahijados, depende de ti”.
3) “Si te niegas, tendré que comprar la cena de mis hijos, es decir, de tus ahijados, en PDVAL”.

Si eres madre y deseas que tu hijo vaya al abasto:
1) Le recuerdas que para traerlo al mundo pasaste 18 horas de labores de parto.
2) Recitas el inventario de tus dolencias.
3) Te quedas callada por un momento: las madres habilidosas persuaden con la mirada y el silencio.

Si tu jefe amenaza con botarte:
1) Argumentas: “Soy indispensable: sin mí, esta empresa se irá a la bancarrota”.
2) Inicias cada frase llamándolo “amigui”.
3) Le recuerdas que en la gaveta de su escritorio guarda varios cedes del grupo Aventura.

Tu pareja empaca pues ha decidido abandonarte:
1) Le aseguras que no sabrías vivir sin ella o él.
2) Le aseguras que ella o él no sabría vivir sin ti, cerrando el enunciado “y con esa gordura dudo que consigas a otro/a”.
3) En su presencia, comienzas a colgar una soga de una de las vigas de la habitación.

Para que un profesor no te raspe por olvidar un trabajo de investigación:
1) Le dices que tienes a tu abuela enferma.
2) Le dices que tienes a tu abuela recién fallecida.
3) Le dices que por las noches el fantasma de tu abuela te hala los dedos de los pies.

Si la cola del automercado es larga:
1) Finges un beriberi para que te atiendan rápido.
2) Gritas “¡fuego, fuego!”.
3) Vas a casa y regresas al súper acompañado -¡no faltaba más!- de tu abuela.

Resultados
Ahora, toma lápiz y papel y suma los puntos obtenidos en cada respuesta para así descubrir si eres o no un chantajista emocional.
De 10 a 15:
Eres un alma bondadosa, ajeno a todo deseo de manipulación… pero tampoco exageres: si continúas así, no lograrás nada en este mundo.
De 16 a 22: Tienes un extraordinario potencial para hacer del prójimo lo que te plazca mediante la afilada punta del arma de las emociones.
De 23 a 29: La propia ratica, todo un maestro en el maltrato psicológico orientado a poner a tus pies a los espíritus sumisos. Algún día el villano o villana de una telenovela mexicana se inspirará en ti.
30: De emo, solo te falta el peinado.


Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

miércoles, abril 13

Lunes populares


La cola alcanza los ascensores y es probable que no encuentre boleto, la afluencia de público sorprende debido a que la película, aunque de terror, tampoco es de esas que llaman un taquillazo; cuando caigo en cuenta de que el río de espectadores obedece a que he venido al cine un lunes popular, día en que el precio de la entrada disminuye a la mitad y, ya se sabe, la masa no está para bollos, una avalancha compuesta por parejas jóvenes, estudiantes con libros entre las manos, trabajadores en uniformes y uno que otro sujeto solitario marcha hacia esta gruta oscura para valerse de la oferta que le permitirá sucumbir, así sea una vez por semana, al embrujo cinematográfico.
“Mami, esta película te va a encantar: es de un cura endemoniado”, escucho que un joven ofrece a su pareja una sustanciosa sinopsis del filme. “¡Ay, pero no me la cuentes!”, responde la chica, renunciando a conocer de antemano los laberintos del misterio por venir. A pocos pasos de la taquilla un truhán intenta colearse y es descubierto por la muchedumbre alerta, insensatez que origina un conato de poblada y el transgresor es abucheado, casi lanzado de cabeza al término de la formación. El ahorro del 50% de la entrada rinde modestos frutos en el área de las golosinas y, ya dentro de la sala, durante el segmento de los avances, el público se muestra en extremo comunicativo e impaciente mientras una intensa ventisca de cotufas entre los más jóvenes ameniza la advertencia de apagar los celulares.
Los posa brazos entre asientos son para las parejas de varios años que van al cine los otros días de la semana, hoy queda abolida esa barrera que interrumpe el contacto y el par de tórtolos sentado en la fila de enfrente abre la función con un beso a lo Cinemascope, asumiendo la postura correcta para brindarse mutua protección cuando el “cura endemoniado” comience a hacer de las suyas. Las luces reducen su intensidad y los hilos de la historia empiezan a anudarse para ejercer su poderío sobre el ánimo de los presentes; claro, con una que otra excepción: “¿Y ese endiablado no va a vomitar lentejas?”, reprocha uno de los espectadores las cualidades histriónicas de Anthony Hopkins; el comentario a viva voz desata risotadas entre la audiencia, aunque no convence del todo al sujeto de la fila posterior, autodenominado vigía del orden y quien condena tanta espontaneidad con un fulminante “¡Shiiiiiii!”.
Llegado el ocaso de la proyección ya el cine obró su conjuro, la audiencia se entrega al juego de luces y sombras que se agita sobre la pantalla y el espectador más incrédulo permanece seducido sobre su butaca hasta que ruedan los créditos finales, el encendido de las luces anuncia el regreso a la realidad y aunque el tipo de las lentejas pregone su insatisfacción (“¡Que vaina pa´ mala! A mí que me devuelvan los reales”), en los ojos de la mayoría se aprecia la nostalgia por ese universo fantástico que habitaron durante hora y media y del que ahora son expulsados sin remedio, ya no hay público sino gente que retoma el curso de su propia historia, las parejas salen tomadas de la mano, el solitario se cuenta a sí mismo sus apreciaciones de la cinta, la muchachada recobra su rutina de cachorros y no falta quien, camino a la parada de los autobuses, advierte su pulso aún agitado por el pavor más un resto de chicle recién enredado entre el pelo.

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

martes, abril 5

Los otros karaokes


Si algo hay que agradecerle al karaoke es haber entregado al mundo una metáfora rotunda de la medianía: lo de subir al escenario de una tasca o un bar para, entre desgarradores extravíos vocales, imaginar que se interpreta “Rapsodia Bohemia” con una habilidad semejante a la de Freddy Mercury, es un delirio que se repite en muchas otras situaciones y de muestra el caso del pintor callejero que procura reproducir el Ávila en su tela. Con afán esparce sobre el lienzo los matices relativos a la vegetación más los azules del cielo y de las nubes que le proporcionen al conjunto ese toque colorido tan solicitado por la clientela, compuesta mayoritariamente por los peatones que atraviesan la plaza; tras varias horas de actividad, el ejecutante despide un suspiro que combina la satisfacción y el orgullo ante su obra modesta, simpaticona, hasta bonita si uno no se pone muy exigente, pero que ni de lejos es un Cabré pues ya es lo que es, un karaoke de Cabré.
¿Qué es acaso ese monigote colocado frente a la sede de PDVSA en la Libertador sino un desconcertante karaoke de escultura? ¿Qué hace un jefe que improvisa cada paso y no delega? Pues ninguna otra cosa que un karaoke gerencial. Y en la literatura, ni se diga, a cada momento caen en nuestras manos simulacros de García Márquez y Vargas Llosa, cuyos autores están convencidísimos de compartir el talento de los originales pues, al igual que en el canto fulminante sobre una tarima, los otros karaokes también cuentan con ingredientes que alimentan la ilusión.
Está el público, casi siempre integrado por familiares y amigos que aplauden la acometida del hipotético genio a quien hay que reconocerle, eso sí, que derrocha valor y poco teme al ridículo. Pisar el escenario y encontrarse ante un auditorio espléndido lo extravía de la realidad, suministra los materiales básicos para que el soñador crea firmemente en su sueño, cosa muy buena pues hay que gozarse el momento; pero la tragedia (y todo karaoke, con su insolvencia para igualar el virtuosismo del maestro, es ya una tragedia) recrudece cuando el intérprete baja del escenario para seguir tomándose muy en serio su actuación, las luces sobre los logros precarios encandilan el entendimiento y el soñador continúa presumiéndose el Pavarotti de la arquitectura o el Picasso de la pastelería.
Quienes gusten cantar en la ducha que permanezcan ahí, en la ducha, o si es mucha la audacia tienen pleno derecho de tomar el micrófono en una tasca, no hacen ningún mal con ello, claramente se trata de una experiencia inofensiva. Peligrosísimos son algunos de los otros karaokes, el sujeto que abarrota de comida el refrigerador pero que renuncia a tomar a sus hijos entre los brazos, lamentable karaoke de la paternidad, ni hablar de las confusas versiones de la amistad o del gobernante que apenas llega a estridente eco de estadista; ah, y el amor, no hay balada más difícil de entonar; por mucho que aspiremos al dominio absoluto en este campo, hay días en que desafinamos las notas o apenas se escucha un descorazonado tarareo interpretado a dúo.

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com