sábado, abril 7

Converse

Soy muy rebelde como para pasar todo el día con mocasines ejecutivos pero no lo suficientemente hippie como para usar sandalias étnicas, lo que me deja un único atajo si es mi deseo proyectar un aire espontáneo y ciertamente cool: comprarme unas Converse (¡ah!, porque con las Crocs parece que uno acabara de salir del baño y anda en pijamas por la calle). Apenas me introduzco en el nuevo calzado y me anudo las trenzas, la mutación surte efecto.
Un zapato o un reloj son más que un zapato o un reloj, son un asomo a la vida que se desea vivir y ya dentro de las Converse es como si pisara el mundo por primera vez, sin proponérmelo empiezo a silbar un tema de Gorillaz y miro a través de los ojos de James Dean pues es sabido que estas zapatillas son la motocicleta de muchos hombres y la inyección de silicona de las mujeres a las que no les gustan las inyecciones de silicona.
Claro, pronto descubro que para que las Converse cumplan cabalmente con su propósito no basta con oír la música de Avril Lavigne y ver películas de Tarantino, sino que ha de ejecutarse ese elástico y casi mítico movimiento de piernas que consiste, al momento de permanecer sentado, en doblar los pies hacia su eje interior de manera que los dedos gordos casi se enfrenten a una distancia aproximada de quince centímetros, como si se tratase de una deformidad de las extremidades inferiores; pero no es eso sino la postura anatómica que define a los consagrados.
No se trata de una impresión individual y los 750 millones de usuarios profesamos un lema tan íntimo como intransferible, “Tengo derecho a ser original”, y al cruzarnos en la acera nos identificamos unos a otros sin necesidad de vernos a la cara, al ras del piso gran parte de la conversación ya está dicha pues como corresponde a todo artículo de uso personal, el calzado cumple una función mediadora de las naturalezas afines (en algunas culturas, zapato significa “acuerdo recíproco”) e impulsa un salto hacia adelante en la agotadora tarea de conocerse y congeniar.
Por supuesto, debido a la suela delgada es casi como si andase descalzo -se sienten hasta las piedritas del camino- mientras que la transpiración alborotada por el material de lona demanda generosas dosis de talco medicado, inconveniente menores ante el porte entre bohemio y retro que no ofrecen otras botas deportivas, como las ñoñas Nike, por citar un caso, y aunque ambas firmas pertenezcan a los mismos propietarios señalados por poner a trabajar durante 16 horas a tripones tailandeses, no hay como las Converse para nadar a contracorriente de los estereotipos.
No todas las opiniones son favorables y al verme llegar a la oficina el jefe les lanza una mirada de recelo, quizá tema que sufra problemas de adaptación o que utilice las resmas de la fotocopiadora para confeccionar avioncitos de papel; pero yo tranquilo: hasta el día de mi jubilación cumpliré horario de 8 a 5 más horas extra, pero con los pies vestidos de Converse debajo del escritorio (los dedos gordos enfrentándose a una distancia aproximada de 15 centímetros, recuerden) le descargo una patadita de insubordinación a esta sociedad tan normalota como abusiva.

Ilustración: Ivonné Gargano

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