sábado, abril 7

Manifiesto de los huecos

Que si “un hueco de la calle me echó a perder los tripoides” o “no te pellizques las espinillas porque te sale un hueco en la cara”, son calumnias que han puesto nuestra reputación por el piso y motivos por los que fui designado para dar a conocer a la opinión pública el Manifiesto de los Huecos, redactado durante una asamblea general que contó con una nutrida asistencia de nuestra pisoteada especie, y donde se determinó que sin nuestra presencia en el planeta la vida no sería la misma. Es más, sin huecos no habría vida en el planeta.
Sin la ayuda de este servidor en la base de determinados recipientes, se complicaría enormemente la tarea de escurrir el agua de los espaguetis, y dígame usted dónde empotrar el clavo de donde pende la sonrisa de la Mona Lisa. Muchos sienten que han llegado a casa solo luego de echarse encima los agujeros del viejo blusón de sobremanera indiferente al qué dirán (y si -como suele afirmarse- la cosa está así de mala, sería un gesto liberador salir a la calle prescindiendo del hilo y la aguja, maléficos instrumentos cuyo manejo sobre manteles, suéteres y cortinas ha acabado con poblaciones enteras de nuestra civilización).
Entendemos que nuestras apariciones sobre el asfalto animan el desprestigio del que somos objeto, pero en honor a la justicia que también sea reconocida nuestra actividad orientadora de direcciones intrincadas –“al llegar al hueco de la esquina, cruzas a la izquierda”-, así como que sin nosotros muchos periodistas carecerían de tema y los transeúntes de motivos para emprender animadas conversaciones en torno a la impericia de las autoridades. Pero nada, ni siquiera una cartica de agradecimiento de parte de las fuerzas opositoras que, sin hueco fiscal, agotarían prontamente el discurso de la proliferación de basura.
Y ni hablar de nuestro infinito servicio como metáfora. De un hueco han salido muchos de los mejores versos y la poesía no sería la misma con la Luna desprovista de cráteres más un mundo sin los abismos donde reposan las aguas. Se habla del pozo de los vicios, la soledad y la tristeza también son huecos y sólo después de haber caído dentro de uno de ellos se aprecia en su exacta dimensión el regocijo del ascenso.
La existencia comienza y termina en un hueco, de donde se asoma la permanencia de las especies, la vida. Los caballeros derrochan grandes fortunas en flores e invitaciones a cenar o desatan guerras donde ponen en riesgo sus vidas, sólo por frecuentar el delirio de nuestro oscuro reino, entre tanto las damas encuentran en los roces de la incursión su mayor fuente de regocijo. Así que ante la serie de razones expuestas, solicitamos, no, ¡exigimos! que sean respetados nuestros derechos para lograr vivir en amistad humanos y huecos, ajenos como somos a los prejuicios del rencor. Recuerda que cuando todo acabe y terminen de caer las lágrimas de los deudos, un delegado de nuestra especie te tomará para abrazarte hasta el fin de los días.

Ilustración: Ivonné Gargano

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