domingo, mayo 26

Camarógrafo pirata



Admiro y hasta compadezco a quienes graban en el cine aquellas películas que luego serán “quemadas” y distribuidas por la buhonería a escala mundial: ser un camarógrafo pirata requiere de fortaleza e ingenio para llevar a las masas poco exigentes una clandestina porción de séptimo arte.
Su primer talento es el olfato para seleccionar la cinta apropiada, aquella que el gran público desea ver pese a que los conocedores insistan en recomendar algún aburridor largometraje finlandés. Su elección es el tributo crucial a un éxito taquillero. Su segunda virtud es la puntualidad para llegar temprano a la sala y elegir el asiento que reúna la mejor acústica y la distancia ideal con respecto a la pantalla, ni tan lejos que se vean las lucecitas del piso, ni tan cerca que la toma se adentre en las fosas nasales de los actores. No siempre es posible.
Toma asiento. Se inicia la proyección. El camarógrafo pirata se las arregla para enfocar la imagen y plasmar no solo la película sino toda la ceremonia que comporta ir al cine: quienes luego vean en casa la grabación, sentirán que esa noche asisten a la sala; el lente del camarógrafo pirata captura el instante en que los espectadores rezagados se desplazan hacia sus asientos y cómo en la fila de enfrente una chica posa su cabeza sobre el hombro del enamorado, oiremos vívidamente cuando el auditorio ría, suspire o abra el envoltorio de la barra de chocolate en medio de una atmósfera bastante fiel a la experiencia cinematográfica que el Blu-ray y los DVDs originales se empeñan en abolir.
Lo que sigue demanda tenacidad. Comienza a hacer frío en la sala. Pese a estar constipado (el camarógrafo pirata carraspea, siempre sufre ataques de tos, quizá fiebre), enfrenta su malestar sin que hasta ahora ningún compañero de sala le acerque un frasco de Broxol. Cuando protagonistas están al borde del primer beso, la mano que sostiene el mecanismo se acalambra, le falla el pulso, por momentos las escenas transcurren entre espasmos y el súbito terremoto desatado a mitad de “Amour” le imprime una segunda lectura a la historia, un adicional sello de autor derivado del movimiento de cámara en mano hoy tan en boga.
La audiencia está sumida en la trama pero nuestro realizador encubierto juzga los detalles técnicos del film; desaprueba que el director de fotografía eligiera el plano general cuando un plano medio corto hubiese destacado el busto de Megan Fox o -el camarógrafo pirata fantasea con que los actores pisan de nuevo el set para brindar la actuación definitiva- se regocija tras capturar uno de los sutiles giros histriónicos de Judi Dench. En ocasiones se ve obligado a intervenir y aunque algunos digan que esa bruma característica de las copias ilegales ensucia y degrada la versión original, no es más que un filtro superpuesto por el cineasta bastardo para cubrir una interpretación mediocre o las grietas de unos efectos especiales no muy bien logrados.
Se encienden las luces, si al camarógrafo pirata no le gustó la película renunciará a grabar los créditos finales, guarda en un bolso su calco a mano alzada del film, y sale a la calle no sin antes saludar con un guiño cómplice al guardia de la sala.

No hay comentarios.: