miércoles, mayo 1

Gaita



Lo aclaro en la primera línea: no hay género musical peor hecho que la gaita, su letra es machacona y de un cursilería insoportable, la gaita es chillona, súbita y -como acertara el artista Enrique Enríquez- con una base rítmica igualita al chaca chaca de una lavadora de rodillo a punto de desbaratarse. Pese a tales insuficiencias, llevo en el iPod una nutrida carpeta bajo su nombre y que, como ya saben mis vecinos, durante estos días escucho con alarmante tenacidad.
 Tras saltar a la brava razones lógicas o estéticas, para mí escuchar gaitas es una afición que responde a criterios sentimentales. Durante mi infancia en Maracaibo, cada madrugada de los segundos domingos de mayo, a la puerta de la casa llegaba un escándalo desencadenado por mi hermano mayor y sus amigos “del grupo”, quienes durante toda esa noche recorrían las ventanas de las madres para “serenatearlas” a punta de cuatro y charrascas hechas de latas de leche condensada. Y mamá se asomaba a su ventana, como mirando el cielo. Ya no hubo escapatoria. Desde entonces y hasta hoy, cada vez que me llega el estribillo del tema estelar durante esas rondas -“…madre es sol y luna, porque como ella ninguna, pureza, amor y bondad”- me veo arrojado sin defensa a la irrecuperable tibieza de aquellos años. Y me conmuevo. Y sonrío porque, mientras dura la pieza, quien ya no está regresa por un ratico.
Tales romerías también formaban parte de las maniobras de galanteo con que aquellos muchachones seducían a sus mozas, tarea que demandaba larguísimas horas de práctica de un repertorio que -no faltaba más- arreciaba durante el último mes del año. En casa la gaita era un marco musical decembrino con doble moldura. Así como rechazo los regionalismos ruidosos o  que la geografía determine el gusto, me parece una pérdida de tiempo rebelarse ante los ramalazos de la nostalgia. Por muy Neguito que estos sean
Carecemos de la potestad de escoger los juguetes de la memoria y cada quien guarda su propio inventario de presencias, una vieja película, la calle camino a la escuela, un espagueti empapado en salsa de tomate,  muchas canciones. Al igual que el tiempo, la distancia tiene sus trampas y los amigos en el extranjero ahora me llenan el correo electrónico con las fotos de las arepas que no lograron comerse o las tonadas de Simón que medio escucharon.
Si por estos días y en medio de una tranca vehicular te acercas a mi carro, quizá escuches un atronador set de alabanzas a la Chinita y versos de belleza tan irregular como la luz del relámpago del Catatumbo. Eso sí: solo por estos días.
Así como comer hallaca, oír gaitas o regalar flores a la amada son gestos que perderían mucha gracia si se hacen todo el año, la nostalgia hay que ejercerla de a raticos.

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