miércoles, mayo 1

Nuestro circo del sol



Sospecho que la visita del Cirque du Soleil a nuestro país es otro ejemplo de una treta muy común en el mundo del espectáculo: infiltrarse entre la audiencia de las galas rivales para conocer sus secretos y plagiarlos en la función propia. Sí, los de du Soleil nos vienen a espiar porque, comparados con nuestras ejecutorias circenses, la compañía canadiense no es más que una partida de saltimbanquis.
El primer acto a robar sería, sin lugar a dudas, la hazaña de los pingüinos de Bon Ice. Dígame usted si no es una proeza nunca vista que en un país tropical, azotado por un sol que fustiga las molleras, una multitud de palmípedos gigantes deambule sobre el asfalto como si nada. Con un derroche de talento mayor al de sus parientes del Polo Sur o aquellos que bailan en Happy Feet, del pecho de estas aves marinas y ahora criollas brotan barritas de Polo Sur en diversos tonos y sabores, lo que presagia el inminente arribo de una nueva clase obrera constituida por marmotas empanaderas y jirafas limpiabotas.
Entre las ilusiones locales que hacen lucir al circo de Beijing o al de Moscú como un aburrido montaje de feria, destacan los malabaristas que bajo los semáforos en rojo elevan columnas humanas o recuperan del aire tres y hasta cuatro antorchas encendidas, sin que hasta hoy ninguna doña recién egresada de la peluquería haya denunciado que el escupidor de fuego le chamuscó el peinado sostenido con laca, químico tan combustible; aunque el verdadero riesgo comienza cuando toca evadir los guardafangos mientras el artista extiende las manos hacia los ocupantes de los vehículos, casi siempre indiferentes ante la maravilla del espectáculo.
Y qué me dicen de las maromas de los transeúntes del centro de la ciudad para sortear la mercancía instalada por los buhoneros sobre las aceras, o de las inauditas contorsiones ejecutadas en la autopista por los vendedores de chucherías y películas quemadas, para que el tráfico circundante no les lime de golpe los juanetes.
Nuestras madres hacen magia de todo tipo para abastecer la despensa, entre tanto los zanqueros del Circo de los Hermanos Gasca se quedan en pañales cuando se les confronta con los peatones apenas las primeras gotas de lluvia caen sobre la ciudad. Pero ser circense involucra no solo destreza física sino también mucho coraje y salir a la calle llevando al cuello una cadena de oro o un teléfono móvil en el bolsillo, es meter la cabeza en la boca del león (cada vez menos se sale ileso de esa ceremonia, lo que constituiría un acto de escapismo digno de Houdini). En fin, en esta gran carpa, desde hace tiempo todos somos trapecistas que recorren las alturas sobre una cuerda floja, procurando mantener el equilibrio para no caer de bruces al vacío. Y sin red que atenúe el desplome.
Hay mimos y su silencio.
También abundan los bufones, los payasos empeñados en caerle simpático a un rey que ya no despierta gracia alguna. Ni siquiera risitas nerviosas.
De allí que muchos hagan maletas para partir, cual hombre bala, rumbo al aeropuerto.

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