lunes, septiembre 12

Maneras de despedirse


Es mi afición cuando estoy de visita en el aeropuerto espiar cómo la gente se despide. Fijo la mirada en el viajero que, ya trepado en su asiento sobre el aparato, desde la ventanilla aletea los dedos como impregnando con el maleficio de la nostalgia a quienes deja atrás. Hay separaciones decididamente cursis, teatrales o anheladas (éstas últimas proceden cuando el “despedidor” no desea que quien se va, vuelva); y me vence cierta angustia observar cómo un pasajero se hunde en el túnel de abordaje sin que a sus espaldas nadie lo despida. Esa persona, ciertamente, también carecerá de alguien que lo reciba a su regreso, de alguien que lo extrañe durante su ausencia.
Pero los aeropuertos, escenarios boyantes en adioses, no son la única plaza recurrente del vaya usted con Dios. Las escalinatas del Metro, los terminales terrestres, el borde de la cama desde donde la amante resbala su mano por sobre nuestro pelo mientras con su otra mano se reacomoda el aro que la devuelve al juramento de fidelidad, son teatros de los muchos exilios cotidianos. Y las funerarias, ni se diga, esos feudos de lo irrevocable (no quisiera detenerme en la humedad que rueda por la cara cuando el adiós es una gota salobre desplomándose entre claveles). En fin, existe toda una tipología del adiós. Está el sucinto “hasta luego”, el poco formal “chao”, el ejecutivo apretón de manos, hasta las insolencias que vocifera la esposa desencantada para acto seguido batir la puerta y marcharse con sus peroles a otra historia.
Admito que el saludo, la bienvenida, entraña una importancia equivalente al adiós, al extremo que eventualmente ambas cortesías traspapelan sus atribuciones. No saludar, por ejemplo, es una manera muy eficaz de despedirse. Pero el señorío de la despedida radica en su aura enigmático. Cuando a esa persona de la que acabamos de despedirnos se la lleva el ascensor o desaparece tras cruzar la esquina, esa persona pasa a constituir otra modalidad del silencio, una incógnita del destino. Sabrá Dios si el tiempo en que no la miramos lo invertirá comprándonos chocolates o urdiendo nuestra aniquilación. Señores, sépanlo ya: el vacío dejado por la mano que se retira de la nuestra, lo llena a sus anchas el azar.
Claro, hay personas y asuntos de los que nunca podremos despedirnos. Ciertas deudas, una canción, aquella noche cuya importancia se recuerda en la piel… cosas para las que no se ha inventado ningún medio de transporte que nos lleve lejos. En mis crónicas, así como en la vida, aspiro a que quienes parten se despidan llevándose en la boca el tentempié de una sonrisa, más el llamamiento para que pronto volvamos a encontrarnos. No siempre lo logro.

2 comentarios:

Javier Herrera dijo...

A todos nos cuesta despedirnos, pero como bien lo dice tu post la mayoria d elas personas montan un escenario novelesco como quien se va para japon y no volverá jamas.... Saludos

Morbridae dijo...

Pero hoy sí... Hasta la próxima.