lunes, septiembre 19

Un trago para soñar


El Manual de Carreño no registra la norma, pero en el gesto de repugnancia que asumen los transeúntes cuando desvían su paso, se adivina que degustar bebidas espirituosas en una acera, bajo la sombra de un árbol o en las inmediaciones de una pulpería, es una actividad condenada socialmente, incluso tenida como deplorable ejercicio de ordinariez y mal gusto.
El fenómeno desata controversias en las esquinas de la ciudad. Mientras los detractores alegan que dicha costumbre viola toda etiqueta y entorpece el libre tránsito de amas de casa y escolares, los perseguidos esgrimen que beber frente a un abasto incorpora un deporte extremo al folklore urbano: pocos atletas soportarían –defienden sus razones los incursos- las exigencias de este ejercicio de piernas cuya experiencia incluye el contacto ambientalista, o dígame usted si hay mejor forma de ingerir licor e identificarse al mismo tiempo con Madre Naturaleza que bajo un mata de mamón, coronados por el trinar de los pajaritos.
Se tantean los bolsillos para advertir a cuál grado del confort podemos acceder. Pero la acera, brazo gentil, no cobra consumo mínimo, recibiendo con hospitalidad a una concurrencia insensible ante el inoperante cartelito: “Prohibido consumir licor en las afueras del local”. Las autoridades se hacen la vista gorda pues conocen los juegos catárticos en que ocupan su tiempo los hombres destinados a la resignación, quienes permanecen allí, en esa burbuja al sol, miembros de una cofradía reconocible a partir de la espumosa en una mano o la carterita a medio salir del bolsillo trasero del pantalón.
“Dos latas bien frías”, es la antesala de las revelaciones a compartir en este confesionario al aire libre. Los deseos fluyen luego en un río de promesas. Basta otra ronda para alcanzar el ascenso, emprender la distribución entre familiares y amigos del premio gordo de la lotería que ganaremos sin duda este fin de semana, entre otros anhelos que el fabulador invoca para ver si, de mucho nombrarlos, pasan del sueño a la vida.
“Compadre, ya verá usted que este año sí arreglo el carro, sí le pongo la platabanda a la cocina, sí va a enamorarse de mí esa mujer”.

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