martes, febrero 14

El arca vacía de Reinaldo



El diputado brasilero Reinaldo Santos e Silva presentó recientemente al congreso de su país un proyecto de ley que prohíbe llamar a los animales con nombres de personas. Tan interesante propuesta responde, según Santos e Silva, a que “si un animal lleva el mismo nombre que alguien, ese alguien puede sentirse desvalorizado, creándole a los niños una crisis de identidad”. Para complementar su ponencia, el ocupadísimo parlamentario carioca -y también ministro evangélico, conocido entre la feligresía como el Pastor Reinaldo-, se ha esmerado en la elaboración de una guía de nombres acorde al estatus del reino animal, emprendiendo pesquisas en las clínicas veterinarias dispersas a lo largo y ancho del coloso del sur para constatar que los pacientes peludos o alados no incumplan la cláusula legislativa.
Bajar a los animales del podio de arrumacos con que los halagan sus dueños consentidores, es una loable iniciativa ideada por el congresista para revertir los achaques anímicos de los 204 millones de personas, no sólo en Brasil, sino en toda América Latina, sin medios con que llevarse el pan a la boca. Aunque presiento que el diputado ha sido tímido en su propuesta, que debería ser enriquecida con acciones tales como la aplicación de una ordenanza que prohíba vacunar a los canes contra la parvovirosis y el moquillo, precepto que reconfortaría de manera indecible al millón de personas que según la OMS mueren anualmente de paludismo.
Todos debemos poner nuestro granito de arena en este ilustre cometido, y renunciar a lanzarle migas de pan a las palomas de las plazas con el objeto de que los 790 millones de individuos privados en todo el planeta de los tres golpes diarios, no sean víctimas, además, de resentimientos enfermizos; así como desistir de la vergonzosa manía de acariciarle el lomo al gato cuando éste ronronee enroscado en nuestras piernas, con el fin de que a los huérfanos de América no los aturdan tan visiblemente los embates de la paternidad irresponsable. Los bichos que sean sorprendidos recibiendo tales cortesías deben ser objeto de sanciones ejemplarizantes, y conducir a la jaula eléctrica aquel loro que ose responder con un “truuuua” a la convocatoria de Pepe, o despojar de paseos a los perros que meneen la cola ante el nombre de Bobby.
Sospecho que si momentos previos al diluvio Dios lo hubiese elegido para reunir al reino animal dentro de un arca, el Pastor Reinaldo se habría negado rotundamente a cumplir el pedido divino bajo la excusa de ahorrarles una “crisis de identidad” a los hombres y mujeres arrasados por el desbordamiento de las aguas. A diferencia de Santos e Silva, admito ser un pecador insensible al dolor humano por llamar Paquita y Lucas a mi pareja de Cocker Spaniels. Y desde que leí en la prensa la iniciativa del congresista brasilero, he decidido luchar por el bien del mundo rumiando denominaciones sustitutas, quizá Fru Frú y Motica, cualquiera vaina… menos Reinaldo. Porque aunque duerman todo el santo día y se hagan pupú en la sala, Paquita y Lucas no alcanzan tal grado de ociosidad como para merecer llamarse Reinaldo.

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