lunes, marzo 13

Que cresta




Días atrás cuarenta gallinas ponedoras participaron en un suicidio en masa. El espectáculo, describen los periodistas que acudieron a la población mirandina de Los Teques, fue gradual y desconcertante: sin apetito y con dificultad (ésta es de las pocas aves privadas de la habilidad del vuelo, por lo que no se les concede siquiera la poética categoría de pájaro) subieron a los árboles para, como gotas obesas en un día de lluvia, dejarse caer al vacío. Las autoridades le atribuyen al moquillo el origen del holocausto, pero yo sospecho de otras causas: la depresión y los muchos sinsabores que asolan al género más sufrido de la zoología, a estas Lupitas Ferrer del mundo animal.
Apenas llegan a la adolescencia, son tratadas como un objeto sexual. El gallo las pisa sin luego acordarse de regalarles nada en diciembre o el 14 de febrero y -por el continuo ultraje del que son víctimas sin que ningún miembro de Greenpeace se pronuncie alarmado- la sociedad las repudia como parias (“más puta que una gallina”), marginándoseles bajo el estigma de madres solteras ¿O acaso usted ha visto pasearse a la luz del día a una gallina embarazada? Por si fuera poco, la naturaleza las fuerza a poner mediante un agujerito ínfimo unas yemas de aproximadamente cuatro centímetros de diámetro, sin el concurso de cesárea o anestésicos.
Tanto dolor es el preludio de mayores sufrimientos. Cuando sobre el lecho de recién parida encuba esperanzas, imaginando clueca que el huevo de allá abajo crecerá como un pollito de bien y la sacará de la miseria cuando sea tan famoso como el “pollo” Brito, una mano inescrupulosa saquea el nido de la soñadora y con el fruto de su vientre hace tortilla, perico revuelto, o lo lanza como proyectil sobre la cabeza del peatón desprevenido durante los días de carnaval. Aunque admitir que los hijitos crezcan a su lado es otro drama de Alejandro Dumas. Ya encariñada con los críos, una mañana los ve partir rumbo a esos campos de concentración avícolas que son las polleras y los comedores de Arturo´s, donde la especie es devorada mecánicamente, sin la majestad que acompaña a la degustación de un faisán o una perdiz, por ejemplo.
Viuda sin consuelo luego de que su marido es llevado a una lucha barbárica sobre la arena de un palenque, esta ave que no canta (¿con qué ánimo?) permanece hacinada en corrales hasta avanzada edad, cuando el dicho “gallina vieja hace buen caldo” se concreta y la mártir es despachada hacia el interior de una reina pepiada o el plato sopero del enratonado que durante la mañana posterior al barranco, apela por un sancocho con bastante tropezones. Su otro destino: el altar de los hechiceros que dibujan ensalmos con las manos sumergidas en el jugo de la decapitación.
Como ocurrió con las vacas, que un día se volvieron locas de tanto desmadre, el mundo tiembla porque ahora las aves de corral transportan una fiebre que amenaza con deslucir la ternura obtenida gracias a su participación en el cancionero infantil. Sí. Quizá sea hora de una justa venganza. La vieja duda de qué fue primero, si el huevo o la gallina, tiene hoy respuesta. Primero fue el miedo. Y a mí se me pone la piel de gallina de sólo pensar en el futuro que espera allá fuera. Por eso, de aquí no me saca nadie…
Hay que ser muy mente e´ pollo para salir del cascarón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno tu artículo... llevo 2 días leyendo tu blog y me parece muy interesante y divertido. Nunca dejes de escribir.