viernes, abril 3

Indigentes fashion

- Caballero, disculpe si lo incomodo, pero… ¿sería usted tan gentil de facilitarme cierta suma de dinero para costear la televisión por cable cuyo servicio están a punto de suspenderme? –me imploró un señor a la salida de una arepera, confirmándome así un fenómeno que venía advirtiendo desde hace algunos años: la aparición de los indigentes fashion dentro del mundo de la mendicidad.
La apariencia del sujeto parado frente a mí con su mano extendida, no correspondía con la imagen que manejamos del pordiosero descalabrado entre jirones de ropa, el pelo en gruesos rulos hasta la cintura y quien, apenas vemos acercarse por la acera, induce a cruzar la calle para no coincidir en un mismo metro cuadrado con tal devastación. El indigente fashion, por el contrario, podría pasar por un maestro, el presidente de la junta de condominio u otro retrato ambulante de la decencia que si te corta el paso será -suponemos erróneamente- para pedir la hora o alguna dirección. De allí que nos tomen por sorpresa.
Los indigentes fashion rechazan recurrir a la misericordia en los sitios menos afortunados de la ciudad, para agolparse a las puertas de los restaurantes del este y en las inmediaciones del Sambil en un comportamiento que recuerda a los zombis de las películas, quienes conservan cierta memoria residual que los lleva a volver a sus viejos espacios para repetir maquinal y nostálgicamente las rutinas de cuando seguían vivos.
A usted de seguro lo ha parado en la calle un sobrio caballero bajo la excusa de que la tarjeta de débito se le bloqueó y precisa efectivo para echarle gasolina al carro, percance que a cualquiera le ocurre; pero el indigente fashion va más allá, suplica según su alcurnia, a saber: parte del monto para adquirir un juego de cuchillos Ginsu o la última versión del Abdominazer.
- Disculpe que abuse de su generosidad, pero es que se me acabaron las medicinas.
- ¿Y cuáles medicinas son esas?
- Herbalife. Por cierto, también se me agotó el Ervamatin -dice el indigente fashion señalando sobre su coronilla una progresiva calvicie.
- ¿Le bastarían veinte de los fuertes?
- Para serle franco, dicha cantidad no cubre ni la mano de obra indispensable para “chipear” el Nintendo Wii de los muchachos.
- ¿Cincuenta entonces?
- Será. Así sea para el saldo del BlackBerry Pearl.
Imposible despacharlo con esa respuesta frecuente en tales circunstancias -“usted se ve enterito… ¿porqué no se pone a trabajar?”-. Nada de eso pues el indigente fashion despierta una inquietante empatía (¿cómo decirle que no a nuestra imagen reflejada dentro de un probable espejo?) que nos obliga a llevar la mano a la cartera y extraer la piedad requerida, mínimo, para unos rolls de sushi más wasabi.

3 comentarios:

Laura Tovar A. dijo...

Hola debo felicitarlo por su blog, realmente muy agradable leerlo, me he reido con muchos de sus textos; yo apenas estoy comenzando en profundizar en este mundo de la escritura, llevo dos blogs, uno político y otro mas ligero sobre cosas que me llaman la atención, pues soy Diseñadora Gráfica.

Me gustaria incorporar su link si no es abusivo de mi parte, en el blog llamado http://sacrebleuu.blogspot.com/
cuando usted guste esta invitado a leerlo, queria saber tambien, porque he tratado de buscar esa información de algun taller para escritores principiantes..si usted por su experiencia, me puede recomendar uno estaría muy agradecida.
Gracias y felicidades nuevamente

Anónimo dijo...

sigue siendo bueno lo tuyo... sigue!...

Principito dijo...

Comparto que sigue siendo muy bueno lo que escribe. Excelente. Me quedo con una gran verdad que quedará retumbando en mi cabeza por un buen rato: "¿cómo decirle que no a nuestra imagen reflejada dentro de un probable espejo?".