martes, julio 28

Romance entre colegas

Porque la universidad los cría y ellos se juntan, el romance entre personas que ejercen una misma profesión u oficio ofrece numerosas ventajas, tales como la multitud de temas afines así como el lucimiento del galán mediante piropos facultos: “Tu boquita me atrae como la magnetita al níquel”, seducirá el ingeniero geólogo a la ingeniera de materiales, quien, vencida ante tan pertinente halago, musitará: “¡Ay! Me derrites como un panel de poliuretano en contacto con una fuente de ignición de alta energía”, transcurriendo el idilio entre entusiastas paseos frente a edificios a medio construir, más reglas T y calculadoras científicas como regalos “sorpresa” cada 14 de febrero.
Aunque dicha circunstancia también entraña inconvenientes, y si bien es cierto que la similitud de intereses acarrea amenas veladas, existe el riesgo de que la esfera profesional invada la alcoba y salgan a relucir afirmaciones tales como “¿Supiste que el gobierno nos aplicó un nuevo índice tarifario?” durante las horas de pasión con ese cuerpito colegiado. Si el noviazgo prospera y los tórtolos deciden casarse, la boda, repleta de colegas, parecerá una asamblea de sindicato, luego de lo cual los vaivenes de la relación pasan a convertirse en la comidilla del gremio más que los índices de desempleo en el área concerniente.
Suele decirse que el vínculo sentimental entre colegas supone una mayor comprensión de la rutina del otro, y es verdad, pero también introduce un arma de doble filo. Cuando un cirujano casado con una maestra desea llegar tarde por irse de jarana con los amigos, puede recurrir a la fabulosa coartada del trabajo pendiente; pero si ambos son cirujanos, desde el otro extremo del hilo telefónico ella contraatacará con un ducho arsenal de argumentaciones:
- No me vengas de nuevo con el cuento de una operación de várices de emergencia, mira que ahora es ambulatoria gracias a la fibra láser que permite ocluir la vena en un santiamén.
- Cielo, es que quisiera observar a la paciente por un ratico no vayan a producirse incompetencias en el sistema valvular.
- Aplica la miniflebectomía venosa que resulta menos traumática para el tejido cutáneo por no requerir puntos de sutura, ¡y te me vienes a casa de inmediato!
El matrimonio entre partícipes de un mismo campo del saber involucra una nueva escala jerárquica basada -además de en el salario de uno y otro- en el grado de especialización. Una psicóloga con doctorado en Harvard no tardará en restregarle a su marido, psicólogo también, el haberse achantado en estudios de pregrado, tras lo cual éste la acusará de sufrir de envidia del pene típica del Complejo de Electra (eso sí: por muy malo que sea un matrimonio, si ambos ejercen la abogacía, durante el divorcio es cuando realmente aviva sus llamas el infierno).
Pero no pierdan las esperanzas, cónyuges/colegas, que compartir un mismo destino profesional propicia el reencuentro amoroso. Pronto llegará el día en que los amantes en disputa coincidan en las áreas sociales del colegio, o en que la agenda mutua se cruce en un seminario o ciclo de conferencias con sede en un complejo hotelero donde intentar, entre gafetes y certificados de asistencia, una segunda luna de miel.

viernes, julio 24

Machos al tocador

Se dice que tanto hombres como mujeres pasan hoy el mismo número de horas acicalándose frente al espejo, que ahora los caballeros les disputan a las damas el espacio sobre los lavacabezas y ante los vaporizadores de los centros de estética, aunque yo dudo que tales afirmaciones sean totalmente ciertas: todavía muchos señores se niegan a introducir sus dedos en un tarro de crema pues suponen que tal gesto diluirá su hombría entre nutrientes lípidos y extractos de algas marinas.
Los responsables de dicha desconfianza son sin duda los creativos de la industria cosmética que, cuando promocionan en sus avisos y comerciales de televisión una pomada para los callos, por ejemplo, suelen adoptar frases de precaria virilidad tales como “mima tu cuerpo” o “haz que tu piel reluzca como la seda”, muy bien para los aspirantes a misters pero que no toma en cuenta al cervecero de la esquina como consumidor potencial. Si la industria de los potingues anhela convencer a los caballeros renuentes a combatir las líneas de expresión, ha de mostrarse recia, manifestar una aspereza como la exhibida en las siguientes ofertas publicitarias cuyo fin no es otro que ilustrar a los santos varones que untarse eventualmente una cremita no contraría los mandatos de la testosterona:
- “¿Mascar chimó reiteradamente ha opacado el esmalte de tu dentadura?
¿Sufrieron tus encías cuando te arrancaste tú mismo y con un alicate la muela del juicio? Enjuague bucal “Diente e´Perro”, con fosfato de calcio y peróxido libre de ion metal ideal para devolverte la sonrisa diezmada por tanto chicote.
- “Amigo camionero, si el constante cambio de cauchos reseca tus manos, despojándolas de su humedad natural, o la grasa del motor suele cuartearte las cutículas, no lo pienses más y regálate “Gandolero Cream”, con ácido ursólico que combate el despellejamiento producido por el frecuente contacto con aceite multigrado y ácido de batería”.
- “Caerle a trompadas a tu mujer suele afectar de manera importante la sensibilidad de los nudillos. Te presentamos “Primate”, el ungüento que estimula la síntesis de colágeno y elastina para una mejor cohesión celular de los ojos morados en caso de que tu mujer no sea gafa y te responda la golpiza”.
- “Basta de que se te rompan las uñas cada vez que pones el doble sena sobre la mesa de dominó o juegues pelotica e´ goma ¡Prueba esmalte “Parrilla No. 5”! Oculta las manchas dejadas por el hollín de los carbones y olvídate de los inconvenientes al momento de abrir latas de cerveza con la uña del dedo índice”.
- “Si tienes la letra bonita, vives con tu mamá y preparas unos espaguetis deliciosos, acalla las habladurías con fragancia Macho. Fragancia Macho saca a relucir tu recóndita masculinidad, dejando por donde pases un inconfundible aroma a semental gracias a sus ingredientes activos a base de polvo de cuerno de rinoceronte y testículos de buey. Fragancia Macho. Para los más machos”.

viernes, julio 17

Ahora, ni cambiar un bombillo

Vaticino aquí la pronta aparición de un nuevo técnico de los oficios domésticos, el cambiador de bombillos, quien -tras ser ubicado en las páginas amarillas o a través de los avisos clasificados de la prensa- llegará a casa acompañado de un asistente más un maletín repleto de fusibles, voltímetros e interruptores fotoeléctricos. “Éste es un caso complejo que exige varios días de trabajo”, dirá tras el minucioso análisis aplicado a la lámpara de la mesita de noche, solicitando de inmediato una exorbitante suma de dinero por diagnosticar el problema, para comprometerse luego a entregar el presupuesto destinado a sustituir el bombillo quemado.
Ante la absoluta ineptitud exhibida por muchos señores -como quien firma este artículo- al momento de asumir menesteres como el cambio de un caucho espichado o el arreglo de una grifería, no queda otra salida que pedir ayuda a un especialista. Como última defensa de nuestra herida reputación de machos alfa, quedaba el gallardo gesto de subirse a un taburete para devolverle a cierto espacio de la casa el fuego iluminador. Gracias a la laberíntica complejidad alcanzada por el rubro de los bombillos, ahora ni eso.
Basta adentrarse en el pasillo de los bombillos de esas ferreterías tipo automercado (repletas de armatostes enigmáticos e inexplicables herramientas) para sumirse, paradójicamente, en las tinieblas de la impericia. En un lado y otro del corredor se confunden bombillos incandescentes y de halógeno, reflectores, compactos, algunos con el tipo de luz ideal para la cocina, otros propicios para la sala o la sala sanitaria, de estructura tubular y cilíndrica… y cada uno de ellos ideado para un sócate diferente. Si usted no toma la precaución de llevar a modo de muestra el ejemplar malogrado, la diligencia involucrará dos o tres visitas a la tienda, cruzadas por la esclarecedora “asesoría” del vendedor:
- Quiero un bombillo.
- ¿Convencional o de diodo LED?
- ¿Y cuál es la diferencia?
- El material emisor semiconductor del chip-reflector que, aunado a las características del cátodo y el ánodo, determina el haz radiante.
- Es para la lámpara del comedor.
- El normal de 60w dura aproximadamente 1.000 horas, mientras que uno de luz blanca y de 11w resiste 10.000 horas de uso.
- ¡Uno que prenda!
La belleza de una lámpara es proporcional a la dificultad para sustituir el bombillo. Atrás quedó el accesible desenroscado y si toca un modelo tipo araña, despídete -entre sudores y calambres- de la paciencia. Hay que destornillar, extraer guayas sin rozar con los dedos la superficie del globo luminoso y -como si se tratase de la desactivación de una ojiva radioactiva- cortar con un alicate el cable azul y no el rojo. La operación corrobora furiosamente el pensamiento de nuestra señora que, ubicada en una esquina de la habitación, concluye: “éste no sabe ni cambiar un bombillo”.
Cuando ya era un típico reproche femenino señalar a los varones de cavernícolas, la complejidad de las nuevas antorchas frustra hasta el viejo gesto de restablecerle la luz a la cueva. Ahora somos, gracias a la actual e intrincada variedad de bombillos, cavernícolas perplejos.

martes, julio 14

Nubes entre los pies

(Artículo publicado en la edición aniversario de la revista Dominical, sobre el tema "Estamos al revés")

Apenas supe que esta edición de la revista trataría sobre asuntos al revés, no dudé en espolvorearme Borocanfor sobre las manos para pararme de cabeza y describir con propiedad qué resulta de andar boca abajo. La temperatura del piso más su irregular topografía no están pensadas para trajinar por ahí de tal forma, pero mantener el riguroso carácter científico que define a esta columna bien valía el esfuerzo.
Emprendí las prácticas iniciales en mi habitación, donde tras la mesita de noche hallé las llaves del carro perdidas hace meses, más restos de galletas y migas de pan como generoso suministro del reino de bichos anidado bajo la cama, a la altura de la alfombra. Durante esta primera etapa constituyó un triunfo el haber logrado entender -¡por fin!- las instrucciones para ensamblar una repisa y cuyos gráficos cobran lógica sólo si uno los mira como la niña de El Exorcista cuando baja de manos las escaleras de su casa.
Alentado por estos logros, decidí ganar la calle, no sin antes pasar por la cocina a beber un poco de agua (ya supondrán ustedes los inconvenientes que depara acometer, en dicha posición, tal actividad). Afuera descubrí que la ciudad es un cruce de zapatería con cenicero, y aunque andar boca abajo favorece el ensañamiento de las hormigas contra frente y nariz, el inédito ángulo visual al menos permite evadir con mejor suerte la caca de los perros.
- ¡Se ha vuelto loco! Mire que se le va ir toda la sangre a la cabeza –intentó corregirme una vecina bastante escrupulosa.
- Señora… ¿acaso no debería preocuparse usted porque su sangre no se le vaya a los pies?
A pocas cuadras advertí las revelaciones que ofrece esta perspectiva, y no me refiero sólo al vistoso espectáculo de pájaros y nubes a sus anchas sobre las palmas de los pies, sino a una realidad que, por vez primera, parecía más derecha que nunca. En un mundo al revés se repliegan las arrugas del rostro, la policía no da miedo, en el Metro la gente va muy sonreída durante el viaje pues la mímica facial fluye en dirección opuesta a la acostumbrada (quizá -sólo quizá- en un universo virado hasta podrían adquirir certeza los temas de Arjona).
Desde que ando de cabeza mi aspecto físico mejoró notablemente, se retrajo la papada a cambio de una melena abundante que ha vuelto a crecer gracias al empuje capilar generado por la fuerza de gravedad, sin mencionar que ahora les encuentro sentido a los noticieros y mi señora está fascinada con los originales enfoques amorosos que anima esta postura. Claro, ciertas circunstancias me obligan a poner eventualmente los pies sobre la tierra (en la oficina murmuran a mis espaldas, la vecina denunció el caso ante la junta de condominio), por lo que hoy reservo mis sesiones de faquir para ocasiones especiales.
Si llueve y es de noche, basta una pirueta de acróbata para hundir el pelo en la luna de las aceras, para tocar con los dedos las estrellas que flotan en los charcos.

lunes, julio 6

Piquito de oro

Todos conocemos a un piquito de oro, ya sea que forme parte de la familia, del grupo de amigos o de los compañeros de trabajo. Aunque no hay que confundir al piquito de oro con el simple parlanchín, individuo éste que, como dicen las señoras de cierta edad, habla más que un loro y a quien, a pocos minutos de iniciada su cháchara infinita, la audiencia suele pagarle con las monedas de la huida o el bostezo. Nada que ver. El piquito de oro, muy por el contrario, apenas abre la boca envuelve con el magnetismo de su labia al auditorio que quiere más y más de tan florida facundia.
El primer aspecto reconocible de estos magos de la oratoria es su pulcra sintaxis; como si leyeran en voz alta, hilan con primor la secuencia sujeto + verbo + predicado + breve pausa que enfatiza la trascendencia de la frase antedicha para luego, mirándote a los ojos, reanudar en el aire sus radiantes castillos verbosos. No hablan, recitan. Pueden ser ocurrentes o no. Tener salidas geniales o no. Ni siquiera, para ser piquito de oro, precisan decir la verdad. Sólo hay que manejarse como si la dijeran, expresarse con la misma fluidez y convencimiento con que la que se desliza el curso de un río que -algún día lo sabremos- esconde entre sus aguas pirañas en vez de pececitos dorados.
Una vasta bibliografía promete convertir a sus lectores en piquitos de oro -“Aprenda a hablar en público”, “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”, etc.- pero sospecho que tal habilidad viene de nacimiento, quizá se trate de un gen de modo alguno relacionado con la apariencia física (prueba de ello es que en las sesiones de preguntas de los certámenes de belleza, los y las piquitos de oro son casos inauditos). Tras una esmerada aplicación y horas de ensayo, los aspirantes no investidos con esta gracia apenas si lograrán acceder a la categoría de piquito de bronce o, cuando mucho, piquito de plata.
Así como en el terreno amoroso son harto conocidas las virtudes afrodisiacas del buen bembeo, si en una sala de juntas llegas a coincidir con un piquito de oro, puedes jurar que de allí saldrás corriendo a invertir los ahorros de toda tu vida en el negoción del siglo consistente en exportar sacos de arena al Sahara. Claro, hay piquitos de oro con buenas intenciones; pero también aquellos capaces de convencerte de que la luna es cuadrada, de que Herodes amaba a los bebecitos. De ahí que la elocuencia sea un requisito esencial de quien aspire a ser farsante o salvador.
Su tendencia al monólogo es amenazada cuando coinciden en un mismo sitio dos o más piquitos de oro. En compañía de iguales se sienten en riesgo, incómodos, retados a duelo con sus mismas armas; por lo que algunos deciden replegarse hacia el silencio y será esa la única vez en que notarás a un piquito de oro callado.
El hechizo de su palabrería podría conducirnos al filo del fin del mundo; antes de dar el paso definitivo, sugiero tomar la siguiente precaución: llévate los dedos a los oídos y renuncia a escucharlos por un momento, lapso durante el cual abre muy bien los ojos y mira alrededor para así distinguir la ruina que, generalmente, reina en torno a estos ruiseñores fascinantes.
Haz la prueba y verás que lo único que les brilla es el piquito.