lunes, septiembre 13

De toquecito



Recorro el supermercado manejando mi carrito y por una maniobra equivocada de las que también acostumbro en este rubro vehicular, rozo ligeramente el carrito de una señora que en el pasillo de las verduras mide la consistencia de unos tomates. Apenas ocurre la mínima colisión, la doñita se acerca desafiante, me quiere lo que se dice “comer vivo” y ya cuando inicia la ráfaga de insolencias que nadie esperaría de su porte, huyo azorado para no acabar con un súbito gazpacho sobre la cabeza. La doña estaba, por qué dudarlo, de toquecito.
Al poco rato, una escena similar (ahora en el lavado de autos y luego de confundir un felpudo que no es mío, lo cual provoca la fiereza de un señor casi como si le hubiese arrebatado la virginidad a su hija) y otra en un banco, frente a la máquina dispensadora de números (para que apure la operación, una señorita presiona su cartera contra mis costillas y juro que ella desea que no fuera una cartera sino un chuzo), cuando reparo en los muchos episodios afines que a cada momento ocurren en la calle, en la oficina, en los establecimientos comerciales y hasta en la casa y en las redes sociales, ese convulsionado espejo de la vida donde los usuarios tampoco cuentan hasta diez para, al menor resbalón del prójimo, caerle encima y volverlo tiritas.
Ignoro si es por la situación de la economía, la cosa política, la inseguridad o las fases de la luna, pero lo cierto es que con mayor frecuencia las personas exhiben un explosivo estado de ánimo que detona ante la más modesta agitación.
Y no es que anden de mal humor, a menudo hasta sonríen ruidosamente pero, como un sujeto bipolar, cualquier percance abre las exclusas de la hostilidad contenida. Semanas atrás el colega y amigo Gonzalo Jiménez mencionaba en páginas contiguas a ésta que los zombis están de moda; aunque, añade uno, no sólo en la gran pantalla y en otros formatos de la ficción ni tampoco aquel bicho habitual en las películas de George A. Romero, de consistencia gelatinosa y andar lentico; no, los de nueva generación son más veloces que Usain Bolt (“como si la muerte fuera una bebida energizante”, ironizó Robin Williams en “El mejor papá del mundo”), y a los que se les enrojece la mirada y echan espumarajos si uno no emprende la marcha con celeridad cuando se ilumina la luz verde del semáforo.
Dijo Albert Camus que la alegría está siempre amenazada, pero ahora más que nunca. Andamos de toquecito, arrebatados e hipersensibles. Ya no basta cuidarse del malhechor que espera entre sombras sino también del sujeto encorbatado que maletín en mano toma el ascensor, del compañero de oficina, del carnicero y de su clientela que espera turno frente al mostrador. Cuidado con lo que dices, no mires a los ojos (hasta la mirada afrenta), en fin, anda de puntillas no sea que por distracción pises la manguera y despiertes la ira del zombi que a media mañana riega las flores de su jardín.


Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

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