martes, diciembre 13

Los monólogos de la vecina

Disculpe, vecino, que venga a molestarlo a esta hora; acudo a su amabilidad para ver si me regala un poquito de aceite de comer pues el que me quedaba se me acabó anoche y ya usted sabe lo difícil que está conseguirlo, pero en cuanto encuentre se lo devuelvo con creces. Es para aderezar una ensaladita, nada de frituras que, además de ser malísimas para los triglicéridos, dejan un terrible olor en el ambiente, como sin duda usted ha podido notar de otros apartamentos, donde fríen chuletas y pescado a cualquier hora del día y de la noche y los pasillos se ponen que no se aguantan de la hediondez, principalmente la vecina del piso de arriba, la de las mechitas, sí, esa, la que saca a pasear al perro a las áreas comunes y es ¡incapaz! de recoger las porquerías que deja esa bestia por ahí. Algunos inquilinos insisten en envenenarlo o hasta llevárselo por delante con las ruedas del carro, pero yo me he opuesto vehementemente a que le hagan tamaña crueldad a ese pobre animalito que no tiene la culpa, la culpa es de la dueña, esa sí merece arder en las llamas del infierno por desconsiderada. De paso le digo que la fulana lleva meses sin pagar el condominio aunque, eso sí, se compró hace poco un carro último modelo y viaja todos los meses al exterior, sabrá Dios en qué cosas anda, tan diferente a la muchacha del 5-C, esa sí que se mantiene al día con las cuentas, muy amable ella, a mí me saluda con mucho cariño y me ataja el ascensor cuando una está por montarse. Su único defecto es que es una depravada, siempre llega a altas horas de la noche con un tipo diferente y se le escucha rocheleando hasta el amanecer mientras el resto de los vecinos tiene que levantarse a primera hora de la mañana para ir a trabajar entre tanto ella sigue con la música a todo volumen y yo, que sufro de los nervios, me he negado a decir ni pío y mucho menos a dejar furibundos mensajes anónimos bajo las puertas de los otros apartamentos, usted sabe que no soy ese tipo de persona, pero una tiene un límite. A mi hija, la menorcita, no la de la cicatriz en la cara, el otro día le quiso buscar conversación, pero yo le prohibí terminantemente a mi muchacha que hiciera amistad con esa perdida, una tiene que velar por el bienestar de sus hijos y más las mías que son tan inocentes en las cosas de este mundo ¡Igualitas a su madre! Mi marido coincide conmigo en que la tipa es una desvergonzada, varias veces ha ido a reclamarle que le baje volumen al aparato y eso está horas y horas convenciéndola hasta que por fin ella desiste, pero el regaño solo le dura unos días y al otro fin de semana él tiene que regresar a ponerla de nuevo en cintura; pero ya verá, vecino, cuando gane las venideras elecciones de la junta de condominio ¡Rodarán cabezas! Comenzando con la guachafita de esa malviviente, como suelen llamarla en el edificio o al menos eso me han dicho las malas lenguas que aquí abundan pues yo sería incapaz de andar pendiente de la vida ajena y mucho menos no cerrar ni un ojo en toda la noche por permanecer asomada a la puerta y con las luces apagadas, como se dice, a contraluz, vigilando qué pasa en los alrededores, cada quien a lo suyo, como usted, vecino, que es todo un ejemplo para la comunidad, ni se siente ni nada… ¿Y por qué tanto silencio? ¿No me venga a decir que es un asesino en serie o algo así? Siempre tan misterioso. Y con lo interesantes que son los hombres misteriosos… Ahora me despido para irme a preparar la cena ¡Ah!, y no se me preocupe por el aceite de comer, vecino, déjelo así.

Ilustración: Irene Pizzolante irenepizzolante@gmail.com http://irenepizzolante.com

1 comentario:

Jhonathan dijo...

Todos tenemos una vecina así.