
Dejo constancia en el presente espacio que reúno las condiciones para aspirar a ser hijo putativo de una megaestrella: nací en el tercer mundo, carezco de seguro social, no recuerdo la última vez que bebí un vaso de leche ni cuando tomé entre mis manos un kilo de caraotas o saboreé un bistec (a causa del desabastecimiento, sí; pero igual vale) y, por la continua falta de agua, me baño sólo cuando llueve.
Madonna, si lees estas líneas y se te ablanda el corazón, te juro que yo sería un hijo ejemplar, dispuesto a cualquier sacrificio. Hasta vería todas y cada una de tus películas si me lo exiges. Britney, si mi historia te llegó al alma, agráciame con tu apellido y fortuna, que como parte de la familia Spears prometo organizar la rueda de prensa si un día decides mocharte el dedo gordo del pie izquierdo o restregarte ají picante en las axilas. Paris, si concedes aceptarme en el clan Hilton, me comprometo a no estornudar cuando vengas a abrazarme con tufo a caña y hedionda a chicote. Beyoncé, te aseguro que seré todo un ángel y sólo me oirás gemir cada tres horas, intervalo cuando corresponde la debida lactancia.
Tanto confío en la cristalización de este sueño, que desde ya salgo corriendo lejos de toda persona que vea con una cámara fotográfica al hombro, sin duda un infame paparazzi; estoy dando mis pinitos en la Cienciología, y envié a una editorial los primeros capítulos de mis memorias. Allí revelo sucios secretos familiares y narro el tormento de ser heredero universal de una estrella del cine o de la música (dejé espacios en blanco para poner, en cuanto lo sepa, el nombre de mis futuros padres famosos).
La competencia es reñida porque en los países subdesarrollados sobran los muchachos tripones, así que no hay que poner muchas exigencias y asumir el amparo que bien ofrezca alguna celebridad local. Escucho ofertas de animadoras de lotería, participantes (no amenazados) de “Camino a la fama”, o competidoras (sin esguinces ni lumbagos) de “Bailando con las reinas”, que ya yo tengo las maletas listas y diariamente ensayo las exclamaciones con las que pienso dar la bienvenida a mis posibles padres por vía legal: “¡maíta Norkis!”, “¡papá Roque!”, “¡ma´ Gladiuska!” o –puesto que el 1x1 ha revivido a más de un cuerpo- “taita Trino, ¡écheme la bendición!”.