
El término, según Rosenblat, deriva de otro territorio con silueta de diamante. “En el beisbol se llama pick up la bola que al batear pega en el suelo; el jugador tiene que agacharse para recogerla, sin dejar de mirar al mismo tiempo para calcular su jugada con precisión (…). Del campo de juego pasó a la vida urbana, que es también campo de juegos variados”.
El recientemente desaparecido Ramón Escovar Salom -en su artículo “El picón en la historia”, publicado en 1956 en El Nacional- ofreció como rasgo definitorio de esta golosina para los ojos “su aire furtivo, instantáneo, pasajero”, acierto secundado por el ensayista Roberto Hernández Montoya en el texto “Mínima teoría del picón”, donde explica: “Es ambiguo porque es puerta entrejunta: ni abierta ni cerrada. Gracias al picón nunca sabremos si la ropa cubre o descubre a la mujer”. Y concluye, de manera irrefutable: “Una mujer desnuda no da picón”.
Pero en estos tiempos cuesta conseguir un picón apegado a la normativa antedicha: o los vestidos no consagran grieta alguna donde quepa la mirada; o el destape sistemático te ofrece, sí, una certeza, pero matando la entretenida emoción de imaginarse esa certeza. Para confirmar esta tesis (nunca emito una opinión sin antes someterla al riguroso método científico) me fui al Sambil con el único propósito de cazar uno. El estudio de campo aplicado sobre una muestra de 275 féminas arrojó el siguiente desenlace estadístico: 72% mujeres con pantalones, 12% mujeres con mono deportivo, 10% mujeres con bermuda; 6% mujeres con manta autóctona.
Al otro extremo del recato están las discípulas de Britney Spears, intérprete que deja sin trabajo a la fantasía cada vez que se monta en un carro y muestra al lente de los fotógrafos, no digo un picón, sino sus Trompas de Falopio, arrebatándole todo el misterio al hallazgo de una gema que -según Hernández Montoya- maneja “negocios secretos con el viento y con la luz”.
Hasta que las salomónicas minifaldas vuelvan a ponerse de moda, presiento que seguirá el inquietante desabastecimiento de picones en su estado puro. Con una salvedad: a diferencia de lo que pasa con los alquileres regulados y las caraotas negras, uno busca el picón, pero es él el que te encuentra a ti.