
Y no es para menos pues nadie duda de que el círculo es la figura geométrica perfecta, de las utilidades percibidas por formar parte de esas esferas que dominan las artes, el deporte, la política, los negocios, y cuya naturaleza excluyente hunde a los forasteros en el charco del anonimato y la pelazón. Podrá usted ser el Pavarotti de su oficio pero si está fuera de la mafia, olvídese del canto. Así que si desea ser el orgullo de sus padres póngase proactivo para resolver el misterio que lo inquieta desde hace mucho ¿Cómo unirse a ese trencito, de qué manera alistarse a la aristocracia por la que -vamos, sea franco, estamos en confianza- sueña embobado?
Antes ha de saber que todas las logias de este tipo obedecen a una lógica afín. Además de su acceso limitado pues si no serían feria de pueblo, tales comitivas abrigan una inconmovible escala jerárquica dominada por el césar responsable de bendecir -o no- la incorporación de nuevos miembros. Usted nació con la arepa bajo el brazo si resulta ser pariente o pareja del monarca, con lo que economizará numerosos trámites y de los actos escolares su nombre saltará a los créditos protagónicos de la telenovela estelar. Si por sus venas no corre sangre azul, entonces ha de esforzarse un poquito más.
Una manera de acceder al faraón es mediante amigos comunes; de la mano de un intermediario podrá cruzar el cerco, pero ya luego estará a su suerte. Un primer impulso será lavarle los pies a su Majestad con gozo manifiesto, conducta que tan bien habla de su instinto, pero tampoco se precipite de manera que aquél advierta la desesperación. De allí que ha de conducirse con la sumisa elegancia propia de acciones tales como asentir frecuentemente, acostumbrarse a poner la otra mejilla y eso sí, por nada, pero por nada del mundo ose esclarecer un punto o -¡Dios nos libre!- llevarle la contraria a su merced pues antes de parpadear ya estará fuera del paraíso.
Ahora deberá pagar el rito de iniciación, someterse al sacrificio que barrerá toda duda de que usted merece un curul en la manguangua. Si su talento no destaca entre el conjunto, recuerde que la maledicencia es llave que abre muchas puertas y haga de los enemigos de sus palancas sus enemigos mortales, póngase a echar pestes de los disidentes y le irá de maravilla. Con empeño, mañana hasta podría ser el ungido sentado a la diestra del Señor.
Si ninguna de las astucias citadas resulta (si algo le sobra a las mafias son aspirantes), queda una última alternativa: ¡monte su propia mafia!, recurso asiduo entre quienes critican el carácter cerrado de las cofradías como primer paso para levantar su propia alambrada.