jueves, marzo 15

Sin placeres culposos

Me hormiguea el tímpano cada vez que escucho a alguien confesar su placer culposo. Con el placer no hay problema, lo que me desconcierta es el reconcomio cuando se “sucumbe” a una serie de tv, una película, un cantante o a una comida de dudosa reputación que ese alguien disfruta infinitamente pero con las mejillas abrasadas por el bochorno.
Como el policía que interpreta Tom Cruise en Minority Report, la culpa es una efectivísima herramienta de control social que evita crímenes antes de que ocurran, cosa que hasta buena es; pero siempre que la consumación del gozo no dañe a uno mismo o a otra persona, no veo razón para dejar ese asunto tan íntimo que es el ejercicio del placer en manos de los legisladores del gusto y sus pautas sobre qué cuestiones son dignas o indignas de proveer satisfacción.
Desobedecer ese buen gusto oficial lleva a que muchos sientan haber mordido la manzana prohibida, a considerarse unos traidores en medio de la ejecución de un acto impuro; aunque sospecho también que andar por ahí confesando sentir culpa por el cumplimiento de tal o cual deleite desprende un tufillo a echonería: cuando una persona dice que la acosa la vergüenza por no pelarse ni un episodio de Jersey Shore -por citar un ejemplo extremo-, está expresando sigilosamente que dicha abominación es solo un paréntesis, la excepción, apenas una grieta en la cumbre de su espíritu; que, bueno, sí, chico, ando pendiente de las borracheras de Snooki pero con penita pues yo no soy así, mis aficiones son por lo general sublimes mas así será de espontánea mi naturaleza que a veces me permito bajar de las alturas y hundir la punta del zapato en el barro de la insensatez.
- ¡Las empanadas de dominó son mi placer culposo! -dice el comensal y a partir de ese testimonio quien le oye completa la línea de pensamiento: “…¡ah!, eso es porque lo suyo son los platillos gourmet y demás sofisticada gastronomía”. Y es que desmarcarse del populacho está entre las ventajas que ofrece la culpa. Por el mundo andan los hijos de vecina comprando los discos del grupo Aventura o encantados con Súper Sábado Sensacional sin que el remordimiento los abata; pero que a mí me atribule repetir una y otra vez en el equipo de sonido del carro “Mi casa huele a ti” de Tito El Bambino, es un jirón de rectitud que indica que mi sensibilidad aún tiene remedio. Se me perdona incurrir en ciertas alegrías, siempre y cuando guarde la elegancia de sonrojarme por ello.
En fin, no vale la pena permitir que la culpa y el placer anden juntos en una misma frase y si te convence la música de Justin Bieber, llévala sin angustia en el iPod, tararea en el ascensor las canciones de Gilberto Santa Rosa, con un bol repleto de cotufas apoltrónate a disfrutar de la última entrega de Crepúsculo, empáchate de chocolate y luego dale varias vueltas a la manzana, ve qué hay de nuevo en los sex shops, no pidas perdón por entregarte al perreo y, si ese es tu capricho, mira telenovelas mexicanas sin que la sombra del bochorno ensucie tu deseo.

Ilustración: Ivonne Gargano

1 comentario:

Jhonathan dijo...

Dejarse de pendejeras y disfrutar.