lunes, octubre 3

Videos fritos



Mucho antes de que las estrellas de cine se desplacen sobre la alfombra roja para acudir a un estreno, ya la película amasa polvo en los tabiques dispuestos en Sabana Grande o en el mercado El Cementerio o el de Guaicapuro, donde los buhoneros satisfacen las demandas de un público ávido de séptimo arte. Al menos eso he escuchado.
Ya debería ir pensando en otro oficio Don Rodolfo Izaguirre pues en estas tierras de nadie y de todos –me han dicho- los comerciantes funcionan como críticos concienzudos. Frente al cliente indeciso entre Spielberg o Amenábar, tales servidores públicos diseccionan la mejor alternativa, ya sea para elogiar el grado de verosimilitud alcanzado por los efectos especiales en “La Guerra de los Mundos”, o aplaudir el desempeño de la Kidman en un reciente filme (“merecía otro Oscar por su extraordinaria actuación en la que con sumo verismo interpreta a una muerta”). Y es que el apoyo brindado por los buhoneros a los cineastas es inconmensurable: para ellos, todas las películas son buenas. O, más significativo aún, “se ven bien”.
Esta alternativa ofrece un valor agregado nunca provisto por el alquiler o la compra de una película original: al introducir el disco dentro del DVD –me he enterado por otros- el espectador afronta el enigma de si su aparato podrá leer aquello o no. Superado este preámbulo rico en suspense, se asiste a una extraordinaria experiencia sensorial, como acudir en persona a la sala de cine y ver superpuestas a la imagen proyectada las cabezas de quienes llegan tarde y buscan un asiento frente al nuestro. Si se trata de un drama, se escuchará yuxtapuesta a la música ambiental cómo alguien llora no se sabe dónde; de ser una comedia, las risas propias se mezclarán con las carcajadas emitidas por las sombras de aquel auditorio de otro tiempo.
He oído que los mayoristas -quienes durante la clonación abandonan preciosismos inútiles para imprimirle al filme un aire documentalista y difuso, al mejor estilo de la corriente alemana Dogma- improvisan desenlaces que superan en originalidad al final ideado en un principio por el guionista. En estos casos -me han dicho- la película se congela de golpe en la imagen donde la pareja protagónica esquiva el acoso del vampiro… hasta que, días luego, alguien en la oficina precisa que no fue así, que en una escena posterior el engendro reaparece para dar fin a los amantes ¡Y es que a ningún cineasta se le había ocurrido la idea de otorgarle a una misma cinta una infinidad de desenlaces que varían de una esquina a otra, según el buhonero elegido!
La mayoría de los espectadores se levanta de sus asientos sin molestarse en leer los créditos que ruedan al final de una película. Eso lo saben muy bien los buhoneros, quienes prescinden de apuntes superfluos para, a cambio, cerrar el espectáculo con la presentación de su correo electrónico a donde acudir para otra experiencia cinematográfica única, y a la que nunca tendremos acceso las personas que -como yo- sólo vemos películas originales y si nos enteramos de estos sucesos, Luis, es por ojos de terceros.

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