“Es
que me tienen envidia” es la frase de la que se sirven muchos pelagatos tras
saber que alguien echa pestes en su contra; pero ¡un momentico!, presuntos
envidiados que invocan tan arbitrariamente el feo sentimiento de la envidia, sepan
de una buena vez que ser destinatario del reconcomio es un privilegio ajeno a
las multitudes: envidiar al sujeto que en el banco sostiene el número de ticket
próximo a aparecer en pantalla, por poner un caso, es una muestra de mal gusto
y un desperdicio de energías pues quien merece ser envidiado es el magnate que
ni siquiera tiene que ir al banco. O mejor aún, el dueño del banco.
Dijo Napoleón (¡gracias,
www.proverbia.net!) que “la envidia es una declaración de inferioridad” ¡Por
supuesto! Pero también, se sabe, la cara sórdida de la
admiración, de allí que haya
que prestar mucho cuidado al momento de mirar hacia arriba para echar mal de
ojo pues los motivos que disparan la envidia
reflejan la materia de la que está hecha nuestra alma. Pasar la noche en vela revolcándonos
por los logros ajenos, requiere de mucha dignidad y sabiduría para diferenciar la
paja del grano.
Al
igual que se dice del amor, también la envidia mueve al mundo y anima a
perseguir altas metas, Modigliani pintó sus mejores obras incitado por su
envidia a Picasso y a la rivalidad entre Steve Jobs y Bill Gates le debemos maravillas.
A diferencia de estos sofisticados ejemplos, abundan los reconcomidos de gusto grueso,
aquellos que se mortifican ante los 10 bolívares extra en cestatikets que
recibe un compañero de trabajo o porque un amigo ganó 300 bolívares en una
tripleta. ¡No, señores! Hasta para incumplir el décimo mandamiento debemos mostrar
respeto por nosotros mismos y cuando toque farfullar entre dientes la humana pregunta
“¿por qué yo no, diosito?”, que no sea inspirados en el sujeto de la tripleta sino
en el afortunado ganador de los 10.500 acumulados más el camión.
Si vamos
a ser unos envidiosos, que sea por una razón que lo justifique, escribir con la
soltura e ingenio de Luis Fernando Verissimo, Clooney con aquel mujerero
apurado por empelotarse a sus pies, o el expedicionario que presencia en la
cima de una montaña los pétalos del cactus austral que solo florece cada
cien años.
Yo no
malbarato fuerzas envidiando al primo que compró un bonito apartamento en el
este de la ciudad. Nada que ver. Yo lo que envidio es vivir en Suiza. Me
importa un carrizo que un condiscípulo sepa todas las respuestas del examen. Yo
lo que quiero es que no haya examen. No me interesa que un compañero de oficina
reciba esos 10 bolívares extra en cestatikets, a mí lo que me revuelve las
tripas es el “sueldo” de Carlos Slim, la destreza de Schumacher ante el
volante, los jeques y sus harenes, la maldita suerte de Brad Pitt, cada línea
que leo de Cortázar y ni hablar del astronauta que contempla extasiado la Tierra
desde una escotilla.
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