Para que no digan que sólo pasa en las telenovelas, el hijo de la conserje, un muchacho respetuoso, siempre alerta para llevarle a las ancianitas las bolsas del automercado, solía compartir en sus ratos libres con los otros adolescentes del edificio (antes de seguir con el relato es preciso subrayar que dicho inmueble está muy lejos de reproducir el lujo de esos quintones donde viven los ricos de las telenovelas mexicanas, nada de eso. Situémonos en un pulcro complejo habitacional de clase media, ocupado por amas de casa y pediatras abnegados para costear la estadía anual en un spa margariteño).
Decía que el hijo de la conserje disfrutaba del privilegio de compartir con los vecinos de su misma edad y nadie reclamaba, que los padres modernos concuerdan en que es de gran provecho para los jóvenes en formación la experiencia antropológica de coincidir, en un ambiente controlado, con sujetos provenientes de otros escaños sociales. Hasta ahí todo bien. Pero el muchacho se pasó de la raya ¿Qué comería para permitirse galantear a la carricita más guapa del edificio? Lo peor fue que la doncella respondió gustosa a las pretensiones del zagaletón, al punto de tomarse de las manos, sin coto de vergüenza, en la terraza del edificio.
Camino a la peluquería, las doñitas residentes observaban con cautela a los tórtolos, presintiendo la amenaza y sus posibles cortafuegos, que sin el establecimiento de medidas urgentes mañana el repartidor de los botellones de agua mineral podría venir por la damita del 3C; y luego la cajera del abasto envolverá con sus malas artes al hijo de la jueza del 5B.
Decaído el tópico del cableado eléctrico corroído por las ratas, el idilio juvenil pasó a ser el tema de la comunidad, esparcido el rumor de que los padres de la moza habían convocado a los miembros más honorables de la junta de condominio para debatir secretamente el percance.
Hasta aquí el parentesco con la ficción telenovelesca. El desenlace del drama que nos ocupa no contó con el resto de los ingredientes que caracterizan al género. El galán no heredó ninguna fortuna, ni la damisela quedó preñada para luego extraviar al bebé en un ataque de ceguera o tras ir a dar injustamente a prisión. Nuestro drama tuvo un fin bastante simplón, pero realista, eso sí.
Se argumentó que la conserje malbarataba la cera sobre el piso, que nunca cuidó satisfactoriamente de las cayenas del jardín, etc., y fue sustituida por otra señora (sin hijos). Pero ¡animaos!, que los finales felices son un asunto de perspectiva y -reestablecido el orden- la comunidad durmió tranquila esa noche, con algunos de sus miembros llevando una sonrisa a la almohada porque en la trama televisiva que antecede al sueño, la protagonista buhonera conquistó con su nobleza el corazón de un potentado.
Decía que el hijo de la conserje disfrutaba del privilegio de compartir con los vecinos de su misma edad y nadie reclamaba, que los padres modernos concuerdan en que es de gran provecho para los jóvenes en formación la experiencia antropológica de coincidir, en un ambiente controlado, con sujetos provenientes de otros escaños sociales. Hasta ahí todo bien. Pero el muchacho se pasó de la raya ¿Qué comería para permitirse galantear a la carricita más guapa del edificio? Lo peor fue que la doncella respondió gustosa a las pretensiones del zagaletón, al punto de tomarse de las manos, sin coto de vergüenza, en la terraza del edificio.
Camino a la peluquería, las doñitas residentes observaban con cautela a los tórtolos, presintiendo la amenaza y sus posibles cortafuegos, que sin el establecimiento de medidas urgentes mañana el repartidor de los botellones de agua mineral podría venir por la damita del 3C; y luego la cajera del abasto envolverá con sus malas artes al hijo de la jueza del 5B.
Decaído el tópico del cableado eléctrico corroído por las ratas, el idilio juvenil pasó a ser el tema de la comunidad, esparcido el rumor de que los padres de la moza habían convocado a los miembros más honorables de la junta de condominio para debatir secretamente el percance.
Hasta aquí el parentesco con la ficción telenovelesca. El desenlace del drama que nos ocupa no contó con el resto de los ingredientes que caracterizan al género. El galán no heredó ninguna fortuna, ni la damisela quedó preñada para luego extraviar al bebé en un ataque de ceguera o tras ir a dar injustamente a prisión. Nuestro drama tuvo un fin bastante simplón, pero realista, eso sí.
Se argumentó que la conserje malbarataba la cera sobre el piso, que nunca cuidó satisfactoriamente de las cayenas del jardín, etc., y fue sustituida por otra señora (sin hijos). Pero ¡animaos!, que los finales felices son un asunto de perspectiva y -reestablecido el orden- la comunidad durmió tranquila esa noche, con algunos de sus miembros llevando una sonrisa a la almohada porque en la trama televisiva que antecede al sueño, la protagonista buhonera conquistó con su nobleza el corazón de un potentado.
3 comentarios:
SE parece al argumento de Sonata de Invierno...o el Infierno de Satán, ya no me acuerdo, el caso es que, y ya que se habla de ficciòn, no recuerdo la última vez que se hizo tanto con tan poco ni tan poco con tanto.
Estupendo relato.
Bah... hasta donde llegué... es que en el pasillo estaban las vecinas comentando sobre la dudosa sexualidad del hijo del carnicero del 8F, sí, el gordito que se la pasa encerrado en el cyber... vaya a saber haciendo qué... en fin... en qué estabamos? Ah... sí, bueno, intentaré seguir leyendo.
Pasa en las novelas, NO pasa en la vida real
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