Peroles antes brutísimos ahora derrochan sabiduría. Las arroceras inteligentes se apagan solas si el grano está cocido, o hay ropa que es una lumbrera y, en respuesta a sensores ocultos a la altura de las axilas, despide en el momento preciso una ráfaga de desodorante con esencia herbal. Pero mi licuadora inteligente se pasa de maraca.
Asiste a los festivales de cine en lengua extranjera, y los domingos (toda licuadora inteligente es progresista y no trabaja los domingos) acostumbra irse hacia los lados del Ateneo a disfrutar de las exposiciones o a escribir sobre el césped (para ella no hay grama sino césped) poemas electrizantes.
Lo malo es que ya empieza a restregarme en la cara mi ignorancia. Anoche, a su regreso de la Quinta Anauco, advirtió que yo veía en la tele una peliculita de Jackie Chan. Sentí su desprecio, ese aire de superioridad que irradian los electrodomésticos cultos cuando llegan del museo.
Sospecho que se burla de mis opiniones políticas, de mi torpeza para el romance y hasta de como visto. Por eso ahora escribo rápido y breve, antes de que mi licuadora inteligente acabe de batir carboximetil celulosa con ácido ascórbico ("Fresca Chicha" le suena feo) y se ponga a leer sobre mis hombros estas líneas con ese silencio tan suyo cuando no aprueba una metáfora.
4 comentarios:
Uno siempre te lee de un tirón, asintiendo y sonriendo.
Genial, para variar.
Guao! Tienes todo un Don, que Dios te bendiga por eso.
Me encantan las personas que saben llevar las buenas energías
Besitos y saludos
JJAJAJJJAJAJAJJAAAJJAAA GENIO!
Y eso que tu licuadora a ún no ha comenzado a discutir con tu computadora acerca de tu estilo literario. Quién sabe que le dirá el editor de textos, porque ese cree que se las sabe todas.
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