
Aunque esmerado en meter en cintura a los incrédulos comunicando cada quince minutos su cuadro terminal mediante informes del tipo “de este año no paso” o “anoche no pegué ni un ojo”, el área sanitaria es sólo una variante de entre las muchas menguas que ocupan a El Lastimero. La amante que amenaza con acercarse un puñal a las venas si su adorado pone un pie en la calle o la madre bañada en lágrimas cuando su hijo anuncia que abandona el hogar, gemir, toser, hipar, suspirar ruidosamente, en fin, mercadear las tragedias reales o imaginarias (sobre todo las imaginarias) es una maniobra inmejorable para que el prójimo acceda a sus intereses y qué hijo, esposo o amigo serías si me dejas tirado/a aquí a la intemperie para que me parta un rayo y que sobre tu conciencia recaiga el peso de mi desdicha.
Debido a que los pobres no pueden darse el lujo de ser hipocondríacos, algún viejo amigo recurrirá a la ruina sentimental producto de su reciente divorcio para solicitar en calidad de “préstamo” nuestro bono vacacional que invertirá en pagarle el alquiler a la querida. Noten que en líneas precedentes la palabra préstamo va en comillas pues ni una locha veremos de vuelta: si a los cuatro años incurrimos en la grosería de recordarle al pana la liquidación de la deuda, de inmediato aflorará en su cara el asombro, un lógico abatimiento por aunarnos al resto del mundo ensañado siempre en su contra. El Lastimero o La Lastimera no conocen la satisfacción, son carnívoros. Su gratitud nunca sale de la duda. Si solicita 100 favores y le concedes apenas 99, ese 1% residual tirará por la borda cualquier servicio ofrecido en el pasado: la víctima profesional sólo repara en la pincelada inconclusa, la cuerda del zapato desatada, el nudo flojo a cerrar mediante otra estupenda maniobra con la que adereza su rutina: luego de oír nuestro rechazo a su última petición, aplica el silencio culposo, abrazador, una pausa administrada con estudiado histrionismo; sí, otra vez ese gesto de Cristo azotado con que tantas madres, hijos, esposas, hermanos, maridos, amigos de la infancia y compañeros de trabajo procuran depositar sobre los hombros de tu culpa el peso de una cruz muy conveniente
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