jueves, mayo 5

El drama de las promesas fallidas


Asumirse como promesa fallida es un trago que pocos están dispuestos a tomar. Para quienes no estén familiarizados con el término, el mismo corresponde a esas personas a las que durante su juventud les auguraban un futuro promisorio, anunciados por padres, profesores y amigos como milagros inminentes digamos que en el beisbol o en la literatura; pero el tiempo pasó y el fuego de la estrella nunca ardió, el ingreso al equipo de las grandes ligas o la escritura de la novela estremecedora nunca cuajaron mientras la promesa encanecía al mismo ritmo en que su presencia se iba diluyendo entre la multitud.
El límite para considerarse prospecto ha sido siempre estricto: Mozart aún se hacía pipí en la cama cuando compuso su primera ópera o, según me recuerda el colega y alto pana Rafael Jiménez, Mark Zuckerberg, todavía aquejado por el acné, convulsionó con Facebook el universo de las redes sociales ¡Y ni hablar de Jimmy Neutrón!, modelo que sirve las primeras cucharadas de la frustración a los tripones que no descubran, en plenos estudios primarios, la fórmula de la fusión en frío.
Soplar determinado número de velitas sobre el pastel disuelve las esperanzas y, alcanzada cierta edad, la mayoría de los talentos se pierden de vista aunque no en el mejor sentido de la expresión. Anuncios como “Se solicita personal… hasta los 20 años” o “Concurso de autores para… menores de 30” apuntalan la idea de que las expectativas tienen fecha de vencimiento luego de la cual padres, profesores y amigos que una vez cifraron sus ilusiones en la promesa comienzan a inquietarse, a mirarla con recelo y hasta con ojeriza, como si descubrieran que fueron estafados por una oferta engañosa.
Así, parece no haber manera decorosa en que una promesa se asuma fallida. Los rumbos a tomar varían desde quienes encaran con serenidad su condición de chasco pero sin perder el chance de sacar a relucir su inventario de éxitos remotos (“no hice más por culpa del entrenador y/o del editor que nunca me dio una oportunidad”); la frustración engendra mitómanos excepcionales y otra alternativa es vivir de las glorias posibles, divulgar proyectos en permanente estado de gestación como para mantenerse a flote sostenidos a la boya de la esperanza; y un tercer rumbo, sin duda el más triste, consiste en la aspereza, llenarse de emociones turbias y es entonces cuando el éxito ajeno se vuelve irrespirable, da dentera.
Estuve tentado a concluir el presente artículo con un tono esperanzador, una y otra vez quise exponer que existe otra posibilidad para las promesas y es la de no aceptarse fallida un carrizo, renunciar a tomar la ebanistería o el bordado como maniobras últimas de la resignación y hasta internado en un geriátrico seguir pretendiendo encender el fuego de la estrella; pero no me creí ni una palabra, un signo de madurez consiste en aceptar, sí, que en ciertas disciplinas los sueños caducan y mucho me apena defraudar a mi madrina y a un par de conocidos que una vez vieron en mí a una radiante promesa de los artículos de autoayuda.

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

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