martes, junio 7

Mi exquisito Frankenstein


Qué Harry Potter ni qué ocho cuartos, ya presiento la lluvia de ofertas para las versiones de cine y de tele que recibiré una vez que publique la presente crónica donde materializo el sueño de todo autor: la creación del personaje definitivo, cósmico, total, un sujeto que, sin dejar de ser entretenido, refleja la variedad de matices de la naturaleza humana y quien arroja en cada situación una aleccionadora enseñanza. Para ello he bebido de las más aplaudidas inspiraciones, lo que me asegura el éxito desde las primeras líneas de la historia donde nuestro protagonista, en medio de una confusión, es abandonado en un denso bosque por sus parientes y amigos (ET), luego de lo cual procura ganarse el pan como personal doméstico de una familia acaudalada cuyos miembros le hacen la vida imposible mediante terribles humillaciones (María la del barrio), hasta que es puesto de patitas en la calle tras ser sorprendido aplicándose generosas dosis de laca para levantarse el flequillo (Edward Cullen).
La desesperación lo lleva a subsistir malamente en las aceras y allí conoce al amor de su vida (Mujer Bonita), pero la felicidad se ve entorpecida la fatídica noche en que su pareja es devorada por una planta carnívora que aflora súbitamente de una tubería (Mario Bros), lo que lleva a nuestro personaje a dudar entre saciar su sed de venganza (El Conde de Montecristo) u olvidar lo ocurrido ingiriendo la pastillita roja (Neo).
Tras recibir el Premio Nobel por confirmar la veracidad de la teoría de las cuerdas (Sheldon Cooper), el éxito lo deslumbra y entrega sus noches a los abusos y el alcohol; pero una afección producto de los desmanes amorosos (Charlie Harper) lo deja ciego (Topacio) y, alcanzado por la locura luego de enterarse que ha perdido a su bebé de pocos meses de nacido, es recluido en un manicomio (otra vez María la del barrio). En su hora más oscura, recita ante sus compañeros del sanatorio: “Ser o no ser, ésa es la cuestión: si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera fortuna, o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro” (Hamlet), palabras que lo llenan de valor y, haciendo uso de sus súper poderes, derriba de un soplido los muros (Superman) para precipitarse hacia la libertad (Correcaminos), no sin antes liquidar ferozmente a los guardianes (Chucky) y esconderlos en la maleta del carro (Tony Soprano).
De ahí en adelante consagra sus fuerzas a explorar los laberintos de las profundidades marinas (Bob Esponja) y a recorrer las estrellas de lejanas galaxias (Han Solo) en busca de su hijo perdido, a quien encuentra de limosnero en la gran ciudad (¡por supuesto: de nuevo María la del barrio! No voy a pelar ese boche); entonces toma del cuello al niñito para zarandearlo mientras le grita “¡Pequeño demonio!”, encuentro tras el cual nuestro protagonista absoluto se tumba sobre un mullido sofá (Homero Simpson) a beber un Cosmopolitan (Carrie Bradshaw), colmado de soberbia (cualquiera de los pokemones) pero también de esperanza (Tribilín) pues sabe que en un futuro apocalíptico (Mad Max), su retoño salvará de las máquinas al mundo (Sarah Connor).
Por cierto, todo esto ocurre mientras canta una canción (Hannah Montana).


Texto para Edición Aniversaria de la revista Dominical, "Somos un personaje".
Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

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