miércoles, febrero 8

Jornada por kilo

Cuando se creía liquidada la discriminación laboral hacia las mujeres, una circunstancia insiste en sembrar atropellos en los sitios de trabajo de las damas: el peso corporal. “Las mujeres delgadas ganan más que aquellas que sufren de sobrepeso”, expone un estudio de la Universidad de Florida según el cual entre las “esbeltas” y las “corpulentas” se abre un abismo salarial de 6.000 dólares anuales; no obstante, dicha investigación solo contempla el aspecto económico, olvidando esas muchas otras tribulaciones sufridas por las hijas de Eva apenas retiran los pies de la báscula para posarlos en el tapete de entrada a la oficina:


De 40 a 55 kilos: “La flaca”

Si damos por cierta la mencionada investigación, podría pensarse que aquella trabajadora ubicada dentro de esta franja ha logrado un currículum cuajado de logros; y puede que así sea, lo que es indudable es que si su jefe es otra mujer, ésta se unirá en el trabajo al coro de féminas para acusarla de sufrir de trastornos alimenticios. Desde la recepcionista hasta el motorizado aprovechan el menor chance para indicarle truquitos para subir de peso y, si su jefe es varón, este duda si ascender a la empleada famélica a un cargo gerencial no vaya a ser que -cuando toque despedir a un empleado en caso de reducción de personal- el botado la tome por los hombros para aventarla, cual hoja al viento, por las escaleras y/o los ventanales de la compañía.


De 56 a 75 kilos: “¡La buena esa!”

Permanecer en lo que se considera el estado ideal dentro del binomio peso-estatura es garantía de ciertos beneficios… así como de numerosas condenas. Mientras sus compañeros masculinos se brindan asiduamente a surtirla de clips y a reponerle el papel a la impresora, las compañeras -junto a la jefa- no le quitan los ojos de encima a “¡La buena esa!” cuando el marido o el novio de aquellas visitan el sitio de trabajo. Una amenaza se cierne sobre la trabajadora instalada dentro de tan cotizado margen: el jefe varón le calcula el peso apropiado para sentarla sobre sus piernas.

De 76 a 99 kilos: “Gordis”

Con visibles rollitos alrededor de la cintura (razón por la que a la jefa comienza a caerle muy bien), es la primera a la que le preguntan si no ha visto la vianda con el almuerzo que alguien le sustrajo de su cubículo a uno de los compañeros, a la vez que los colegas varones le identifican la reserva energética necesaria como para que se encargue por si sola de cambiarle el tóner a la fotocopiadora.


100 kilos o más: “Gorda”

Aunque suele acompañar a la de 76 a 99 kilos a cambiarle el tóner a la fotocopiadora, las compañeras y la jefa no le quitan los ojos de encima si en ese momento no se encuentra ningún hombre en el sitio de trabajo y haya que reemplazar el botellón de agua; desde la recepcionista hasta el motorizado aprovechan el menor chance para indicarle truquitos para bajar de peso; y, si su jefe es varón, mantiene a mano el currículum vitae ante la sospecha de que será la primera en caer en caso de reducción de personal. Si llega a extraviarse el almuerzo de uno de los compañeros, la víctima del despojo no duda en acorralarla ante el resto de la nómina: “¡Devuélveme la vianda!”.

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