domingo, octubre 12

El diario de Arjona

Junio 23: A ver, a ver… sí, ¡eso mismo!: las mujeres son atunes nadando en el camión cisterna de mi alma, cometas sobre la carabela celeste de mi corazón ¡Carajo, sí! Camión cisterna de mi alma. Carabela celeste de mi corazón. Tengo que anotar eso no me lo vaya a tumbar Chico Buarque un día de estos. ¡No te llevo nada, Serrat!

Julio 14: Hoy me bronceé.

Julio 28: Anoche proseguí la composición de este intuitivo análisis mío del alma femenina, aunque no determino si las mujeres son una bombona de oxígeno luego de la explosión en Chernóbil, o un chaleco que nos protege del gas mostaza de la rutina. ¿Qué más, a ver? ¿Dónde carajo habré puesto la Enciclopedia Tragedias del Siglo XX?

Agosto 02: Hoy le pegué a mi mujer ¡Mujeres!

Agosto 06: Acabo de ir al baño a hacer del cuerpo y dudo si limpiarme o no el fundillo, porque no limpiarme el fundillo no significa que he dejado de limpiarme el fundillo, sino que he renunciado a hacerles el juego a las trasnacionales de papel sanitario que se limpian con nosotros su fundillo cuando nos limpiamos el nuestro.

Agosto 15: Hoy no me bronceé.

Agosto 29: Tras componer aquel inspirado pasaje homérico de “Si el Norte fuera el Sur”, pienso dar a conocer al mundo qué pasaría si el Oeste fuera el Este, o si tuviéramos la nariz en la rodilla y el dedo gordo del pie en la frente. ¡Caracha, qué sutil y sagaz se va a sentir la gente cuando oiga esto!

Septiembre 30: Perdona, querido diario, por no dedicarte unas líneas desde hace semanas, he estado ocupado atendiendo diversas demandas interpuestas contra mi persona por el sindicato de las metáforas. Y es que el mundo no está preparado para un Nietzsche de la melodía, poeta, fustigador de este vergonzoso sistema de cosas, y cantautor tan políticamente incorrecto y curvilíneo como yo.

Octubre 10: Le pegué otra vez a esa “incapacitada física y emocionalmente”. Cómo tan sensible trovador, mañoso en las albercas del alma femenina (hey, albercas del alma femenina. ¡Voy por ti, Machado!), pudo aliarse con senda mamarracha. ¡Mujeres!

Octubre 19: Al humano no le está vedada la posibilidad de enmendar los errores cometidos y hoy juro ante ti, querido diario, no volver a tropezar con la misma piedra (piedra no: maciza flema expectorada por pretéritas eras geológicas sobre la fachada terrícola), y nunca más volver a tomarme fotos en blanco y negro. Claro, me veo en ellas profundo e insondable, pero… ¡se pierde el efecto de tanta bronceadera!

Apertúrame tu corazón


Hoy en día por fin me he decidido a redaccionar esta carta con el propósito de expresionarte mis sentimientos que desde hace tiempo atrás llevo almacenados. Desde que te visibilicé en cuando arribaste al banco, me particionaste la existencia, al punto de explosar de amor por ti y sentir mucha desalegría cuando no estás aproximada. Amada mía, dime: ¿cómo me empodero de ti? ¿Qué hago para accesar a tu corazón?
Estoy bien mal, adolezco de tu compañía. Asumo que comprenderás que no es mi idea emproblemarte, solo realizarte una adelantación de mis sentimientos: me efervesces de deseo, me siniestra tu emborrachante hermosura, la brillura de tu sonrisa hechizadora, sobretodo ambos inclusive, cuando te destornillas de la risa. A grosso modo, me dejas ipso facto a motus proprio. Por lo que de igual forma previsiono que es el momento más álgido para propagandearle al mundo este amor que detento y que algún día en un futuro del mañana serás de .
Sé que tampoco no soy un millonario con dineros, pero estoy dentro de muy poco tiempo a punto de lincenciaturizarme para seguidamente después avanzar hacia adelante en la vida. Así mismo y de igual forma, te doy mi palabra verbal que con migo no pasarás necesidades, lucharé contra todas aquellas problemáticas que puedan obstruccionar nuestra relación y así poder coberturar tus deseos o cualquier otra cosa que quieras adquerir.
En otro orden de ideas, no te conflictúes si te dicen en el banco que he tratado con engalanamiento a otras mujeres. Con respecto a esas personas complejizadas que se la mantienen encima mío buscando antagonizar mediante un saboteo y constantes insulserías, ¡hasta dónde cuánta vaguesa! Claro, a veces me he comportamentado en ocasiones de manera indisciplinaria a nivel de romance, pero si esos antecedentes previos en el ámbito del pasado te han producido complicancias de alguna manera, te pido un sin número de disculpas y me comprometo a customizarme mejor.
Y es que mi amor por ti es tan gigantemente genuino como estas palabras que te texteo.
También te digo igualmente que voy a estar encima tuyo hasta que obertures un lapso de tiempo para señalizar esto que te prevengo; y te pretendo encarecidamente que cuando recepciones esta carta, me cliquees rápidamente una respuesta expedita para así legitimizar nuestra situación. Te tengo una sugestión: agéndame una cita (si no usas agenda sino libreta o cuaderno, entonces librétame o cuadérname la cita) para que podamos organizar un compartir y/o un conversatorio y, en base a jugo y cachitos, expresionarte personalmente mis buenas preposiciones.
Ten que puedes apoyaturarte en mí y que ambos dos nos direccionaremos hacia la felicidad.
Final y ultimadamente, amada mía, apertúrame tu corazón.

O, si así lo prefieres, abertúramelo

domingo, junio 2

Los expedientes secretos XXX



La juventud de ahora no tiene la menor idea del trabajo que se pasaba hace unos años para disfrutar de las mieles de la pornografía. Eso sí era un proceso. Cuando los muchachones de la era del VHS y de las revistas envueltas en celofán procuraban “material para adultos”, debían recurrir a todo su ingenio para resolver tres preguntas medulares: ¿dónde encontrarlo?, ¿dónde verlo? y ¿dónde esconderlo?

¿Dónde encontrarlo? 
¡Bienaventurados quienes tuvieran un hermano mayor en cuyas cajas de zapatos habitaba un harén de ninfas suecas! En aquel entonces no existían los canales bribonzuelos de la televisión por cable, mientras a las pocas salas de cine consagradas a este género las cubría un manto de historias espeluznantes. Superado el miedo a que una tía anduviera en la videotienda alquilando “Memorias de África”, sobre el último estante, tras pasar de largo a Diane Keaton y a Marlee Matlin, esperaba Ginger Lynn o una apolillada copia de los retozos de Linda Lovelace. Fuimos pioneros del peer-to-peer y con los amigos de la logia intercambiábamos aquellas cintas de parlamentos que iban al grano -“Yeah! Oh, yeah!”- y, felizmente, desprovistas de moraleja.

¿Dónde verlo? 
El tiempo no ha derrocado a la sala sanitaria como centro de consulta hemerográfica; el uso del VHS ofrecía mayor dificultad por encontrarse el aparato en la sala. Como un maleante que acecha en su propia casa, esperábamos a que los parientes anunciaran que se iban de paseo para esgrimir la excusa del dolor de estómago y quedarnos a solas; una banda sonora a punta de sintetizador convertía entonces aquel santo hogar en un burdel frecuentado por misericordiosas mucamas, niñeras/contorsionistas y demás Rapunzeles púbicas (se podría jurar que para la época tampoco se había inventado la rasuradora).

¿Dónde esconderlo? 
El mayor problema de la pornografía ha sido siempre dónde ocultarla. Pocos eran los afortunados que contaban con una platabanda de anime en el techo de su habitación; y era un mito que aún perdura que debajo del colchón -primer sitio olfateado por las madres sabuesos- fuese un buen escondite. Como recuerda el pana Juan Gato, quedaba versionar el mecanismo de las muñecas rusas y meter la Playboy en un libro a guardar dentro de una carpeta archivada en el interior del bolso introducido en la última caja de la repisa más alta del armario.
Tales preguntas siguen vigentes aunque son otras las respuestas y ahora hasta sin querer queriendo, apenas se teclea en Google cualquier palabra versátil, la pantalla del computador sirve un festín de carne con papa. Ni en los sueños más delirantes sospechamos que la cinematografía de piel podría verse algún día ¡en el teléfono!, con el que hoy, si el usuario ha protegido el cristal de su smartphone con una lámina antiespía, es posible disfrutar de un fogoso espectáculo durante las horas de mayor tráfico o el viaje en camionetica ¿Dónde ocultar la evidencia? Bien distraído quien olvide borrar el historial de las delicias visitadas.
La toallita de mano, eso sí, es un recurso imperecedero.

sábado, junio 1

El volantero comprometido



Repartir volantes es uno de los pocos temas de los que puedo hablar con propiedad: una tajada significativa de mi patrimonio durante mi época de bachillerato provenía de esta ocupación marcada por la indiferencia y el sol. Los atributos del oficio no han variado desde entonces y ante la proximidad del volantero, la mayoría de los transeúntes aceleran el paso sin ofrecer siquiera la delicadeza de un “no, gracias” o dan un brusco rodeo y hasta cambian de acera como si aquel trozo de papel estuviese impregnado de las bacterias del ántrax.
Hasta el hampa mira con desidia a los volanteros porque… ¿qué les van a arrebatar? ¿Los volantes?
No obstante, ni la televisión ni las vallas y menos la publicidad en línea han aniquilado a este ancestral peón del mercadeo apostado en los puntos más transitados de la ciudad; su perfil fluctúa desde el propietario del humilde establecimiento donde recargan cartuchos de tinta, hasta los repartidores de propaganda electoral alojados al pie de los semáforos para recibir -según sea la tendencia política del conductor- un cornetazo amigable o una embestida con el parachoques del carro.
Hay modalidades para cada uno de los sentidos. Esos aperitivos brindados por las empleadas en las ferias de comida no son más que volantes comestibles. Las dependientas de las perfumerías salen del local para invitarnos a tomar papelitos que emanan vapores magníficos. Son volanteras de naturaleza fragante. ¡Los hay hasta mesiánicos! y los folletos religiosos que entregan de puerta en puerta forman parte del volanteo divino.
Pero se equivoca quien supone que esta labor requiere apenas extender el brazo mecánica y repetidamente para distribuir cuanto antes la resma de octavillas asignada, nada de eso. Abundan los ineptos y los negligentes, pero un volantero comprometido, es decir, un verdadero profesional del volante, maneja y aplica nociones de psicoanálisis, fashionismo y hasta de fisiognomía o estudio del rostro.
Su primera destreza es la capacidad de observación. Como el Terminator cuya mirada arroja porcentajes y algoritmos que definen el perfil del sujeto observado, el volantero comprometido escanea de los pies a la cabeza al potencial destinatario del impreso para decidir si corresponde al target de la ganga. Tras el vistazo infrarrojo, emprende un implacable proceso de selección y apartamiento del grano fértil de la simiente inútil.
Si andas mamarracho, tendrás que insistirle al volantero para que te haga entrega del catálogo promocional del lujoso resort; o preocúpate si te porfía y hasta te sigue hasta tu casa para que tomes el tríptico del centro de medicina estética y adelgazamiento.
El volantero comprometido también derrocha compasión y si su tarea es distribuir los volantes de una juguetería, le interrumpirá el paso al transeúnte visiblemente abatido o estresado, no desistirá hasta depositar entre sus manos la liquidación por inventario de peluches y legos. Sé amable, finge echarle un vistazo a la oferta y no la arrojes al bote de basura hasta que el volantero se haya perdido de vista o alguien más le esté sacando el cuerpo.