Nuestra esposita nos quiere y cuida mucho pero un día olvida plancharnos la camisa cuyo cuello cruzado de arrugas lleva a un amigo a comentar algo así como “esa mujer no te atiende ¿Vas a permitir que te siga tratando de esa forma?”. Uno se hace el loco, alega que aquello fue un descuido y pasa a otro tema… Pero ya la simiente del mal ha sido incubada. Cuando el casquillero se retira, uno se pone meditativo, evoca los espaguetis pasados de sal más la suma de botones sin coser durante 15 años de matrimonio, con lo que la mala semilla muda a revelación: pensándolo bien, uno se mata trabajando y no recibe el merecido respeto ¡Ya está bueno de que me siga tratando como un perro! Dejen que llegue esta noche a casa ¡Si es que llego!
Sí señores. Hemos mordido con avidez la fruta oscura de la cizaña.
La discordia es servida generosamente por el aspirante al puesto del jefe o el enamorado deseoso de manchar la reputación del adversario (¡ah!, y aquí no se hace política ni se denuncia; en su lugar, se siembra cizaña contra el candidato, diputado, juez o país rivales). Aunque todo hay que decirlo: la mala prensa del gesto conspirativo es proporcional a su eficacia para alcanzar metas de cualquier índole. Cuando las buenas costumbres resultan inoperantes, damas y caballeros, llegó la hora de meter cizaña. Pero con sabiduría, según dictan las normas de tan laborioso arte.
La primera regla es inviolable: toda intriga debe envolver cierto grado de verdad. El cizañero no es un embustero ni mucho menos un chismoso, nada de eso; precisa del recurso de la exageración (¡no faltaba más!), pero la puya debe atesorar así sea un aspecto verificable para impedir que nuestra opinión zozobre en la ciénaga del descrédito cuando se arme el zafarrancho. La segunda ley no es menos crucial: por nada del mundo debe usted parecer un cizañero, que traslucir notorios signos de animadversión contra el blanco a destripar genera suspicacia. Por eso, tras algún comentario en torno al clima, asuma su más depurada cara de bolsa para ensalzar determinada virtud que caracterice el cizañado, luego y a modo de ocurrencia deslice la conjunción adversativa “pero” o el sublime “por cierto”, válvulas que abren las esclusas de toda memorable echadera de peste. “Fulano es tremendo compañero de trabajo, el café le queda excelente… pero para mí que es cleptómano” o “No conozco mejor jefa que zutana… Por cierto ¿ya viste con quien se va todas las tardes después del trabajo?” (cosechar desconfianza es la maniobra estrella entre los maestros del género).
El feed back recibido traza el paso siguiente. Si la audiencia manifiesta asombro y/o curiosidad, el mandado está hecho y ya podrá usted instalarse a sacudir como un látigo su lengua viperina; aunque si la reacción del otro es de escepticismo quizá sea hora de retomar el tema del clima. En cualquier caso, como imperativo cierre de la inoculación ponzoñosa debe usted insistir en que ha dicho lo que ha dicho con el angélico propósito de remediar el asunto, que su corazón no es de piedra y aquí está para arrimarle el hombro a quien lo necesite. Luego, dese vuelta y ponga a reposar esa lengüita pues ya ha esparcido la semilla que crecerá por si sola como hierba voraz.
1 comentario:
Jajajja, si, la Cizaña es una ciencia
Saludos
Dr. Bob
Publicar un comentario