miércoles, abril 13

Lunes populares


La cola alcanza los ascensores y es probable que no encuentre boleto, la afluencia de público sorprende debido a que la película, aunque de terror, tampoco es de esas que llaman un taquillazo; cuando caigo en cuenta de que el río de espectadores obedece a que he venido al cine un lunes popular, día en que el precio de la entrada disminuye a la mitad y, ya se sabe, la masa no está para bollos, una avalancha compuesta por parejas jóvenes, estudiantes con libros entre las manos, trabajadores en uniformes y uno que otro sujeto solitario marcha hacia esta gruta oscura para valerse de la oferta que le permitirá sucumbir, así sea una vez por semana, al embrujo cinematográfico.
“Mami, esta película te va a encantar: es de un cura endemoniado”, escucho que un joven ofrece a su pareja una sustanciosa sinopsis del filme. “¡Ay, pero no me la cuentes!”, responde la chica, renunciando a conocer de antemano los laberintos del misterio por venir. A pocos pasos de la taquilla un truhán intenta colearse y es descubierto por la muchedumbre alerta, insensatez que origina un conato de poblada y el transgresor es abucheado, casi lanzado de cabeza al término de la formación. El ahorro del 50% de la entrada rinde modestos frutos en el área de las golosinas y, ya dentro de la sala, durante el segmento de los avances, el público se muestra en extremo comunicativo e impaciente mientras una intensa ventisca de cotufas entre los más jóvenes ameniza la advertencia de apagar los celulares.
Los posa brazos entre asientos son para las parejas de varios años que van al cine los otros días de la semana, hoy queda abolida esa barrera que interrumpe el contacto y el par de tórtolos sentado en la fila de enfrente abre la función con un beso a lo Cinemascope, asumiendo la postura correcta para brindarse mutua protección cuando el “cura endemoniado” comience a hacer de las suyas. Las luces reducen su intensidad y los hilos de la historia empiezan a anudarse para ejercer su poderío sobre el ánimo de los presentes; claro, con una que otra excepción: “¿Y ese endiablado no va a vomitar lentejas?”, reprocha uno de los espectadores las cualidades histriónicas de Anthony Hopkins; el comentario a viva voz desata risotadas entre la audiencia, aunque no convence del todo al sujeto de la fila posterior, autodenominado vigía del orden y quien condena tanta espontaneidad con un fulminante “¡Shiiiiiii!”.
Llegado el ocaso de la proyección ya el cine obró su conjuro, la audiencia se entrega al juego de luces y sombras que se agita sobre la pantalla y el espectador más incrédulo permanece seducido sobre su butaca hasta que ruedan los créditos finales, el encendido de las luces anuncia el regreso a la realidad y aunque el tipo de las lentejas pregone su insatisfacción (“¡Que vaina pa´ mala! A mí que me devuelvan los reales”), en los ojos de la mayoría se aprecia la nostalgia por ese universo fantástico que habitaron durante hora y media y del que ahora son expulsados sin remedio, ya no hay público sino gente que retoma el curso de su propia historia, las parejas salen tomadas de la mano, el solitario se cuenta a sí mismo sus apreciaciones de la cinta, la muchachada recobra su rutina de cachorros y no falta quien, camino a la parada de los autobuses, advierte su pulso aún agitado por el pavor más un resto de chicle recién enredado entre el pelo.

Ilustración: Irene Pizzolante
irenepizzolante@gmail.com
http://irenepizzolante.com

No hay comentarios.: