martes, septiembre 20

Viejo pobre

Tanto al viejo pobre como al nuevo rico los une la circunstancia de que un buen día -gracias a negocios lícitos o no, cosa que no viene al caso puntualizar aquí- lograron una enorme fortuna que los apartó definitivamente de la miseria; la diferencia entre ambos radica en que, mientras el nuevo rico vuelca su reciente riqueza en manifestaciones de echonería, el viejo pobre permanece varado en las rutinas de la escasez e insiste, por ejemplo, en almacenar monedas dentro de un frasco de mayonesa para, una vez que estas alcancen el tope, canjearlas en el banco por billetes de mediana denominación con el fin de cancelar el servicio eléctrico.
Así esté forrado en billete tanto o más que el nuevo rico, al viejo pobre no le hacen ni coquito los avisos de las tiendas Armani y los pies lo conducen maquinalmente a Mundo Graffiti cada vez que precisa sustituir el viejo par de pantalones. Saca de su bolsillo una calculadora para deducir el monto correspondiente a cada comensal luego de la cena en un restaurante, y aunque ahora pueda rebosar de delicateses la despensa, el pan con mortadela -en maridaje con un frío guarapo de papelón- sigue siendo su platillo favorito. Para algunos la pobreza se vuelve un instinto y al viejo pobre le es imposible abandonar la costumbre de detenerse en el semáforo para comprar, con los ojos hinchados de esperanza, un billete de lotería.
También existe la figura de la vieja pobre, generalmente esa señora vestida con una bata transparentada por el uso aunque ahora resida en un apartamento de una zona pudiente, y desde cuyo balcón monta una venta de chupi chupi, caramelos y cigarros; negada a visitar esos establecimientos donde a los clientes se les identifica mediante tarjetas plastificadas, recorre los mercados populares y allí echa pestes contra el alto costo de la vida porque ahora “los churupos no alcanzan para nada”. Tal rasgo define a este género: no pierde el hábito del lloro, de afligirse ruidosamente por la asfixiante situación económica:
- ¡El kilo de chocozuela está por las nubes! -se lamenta frente a una amiga.
- Chica… ¿y por qué no te traes una de tus millares de cabezas de ganado de alguna de tus haciendas?
- Ay, mi amor: con lo caro que sale el transporte y luego la luz para tener que congelar eso, no hay quien pueda.
Marcados por las cicatrices de una austeridad imborrable, poco valen los reclamos de los hijos (algunos de los cuales son inscritos en liceos y forzados a estudiar con libros de segunda mano “porque las penurias forjan el carácter”); tras prolongadas súplicas y acusaciones de tacañería, quizá el viejo pobre, al igual que el nuevo rico, se decida por adquirir un vehículo lujoso; aunque mientras el nuevo rico pide que le sea instalado GPS en la nave y no se detiene en la cifra al momento de firmar el cheque, el viejo pobre mantiene el tic del regateo y no deja de solicitarle una rebaja sustanciosa al vendedor del concesionario pues “la cosa está fea”. Pero que no llame a engaño tan acuciantes signos de estrechez ni el hábito de bañarse con totuma, que el viejo pobre tiene muy clara su nueva conciencia de clase y si por asomo alguien procura arrebatarle una locha del recién adquirido patrimonio, blandirá el chupi chupi como un sable, una cosa es ser modesto y otra muy diferente es ser pendejo así que bienaventurados los pobres pero ni de vaina la pobreza.





Ilustración: Irene Pizzolante irenepizzolante@gmail.com http://irenepizzolante.com

No hay comentarios.: