jueves, febrero 23

Reconoce al acosador virtual

- Apenas estrenan una red social, el acechador romántico online te envía una invitación para espiarte desde la nueva ventana digital recién abierta.
- Los chequeos que el admirador empedernido realiza en Foursquare son regularmente desde las inmediaciones de tu sitio de trabajo, frente al gimnasio al que vas o en el edificio contiguo al mercado donde haces las compras.
- Descubres que tu acosador o acosadora ha incluido a tu mamá y a tu papá en una de sus listas en Twitter llamada “Suegros”.
- Sientes que el satélite de Google Earth apunta a tu casa en todo momento.
- A veces te consulta si tienes planeado ver una película por Cuevana, cuál y a qué hora. Su idea es verla “juntos”.
- Las 80 visitas diarias que reciben tus videos en YouTube provienen de una misma dirección IP...
- Es el único o la única que, tras la llegada del microblogging, continúa publicando religiosamente comentarios en tus espacios en Blogspot y Wordpress.
- Cita de memoria un tuit que publicaste hace un par de años ¡O lo retuitea!
- Eres su único contacto en MySpace.
- No solo conoce el número de entradas que tiene tu nombre en Google, sino también en Auyantepui y Altavista.
- Te envía melosos correos cadena a tus cuentas en Cantv, Gmail, Yahoo y ¡hasta Hotmail!
- “¿Y no vas a felicitar a tu primo zutano? ¡Hoy se gradúa!”, te pregunta como si nada, es decir, está más al corriente de la vida de tus contactos (y la de los contactos de tus contactos) que tú.
- Un día llega a preguntarte vía online: “¿Y eso que ya no pasas por ICQ?”.
- “¿Con que ahora comerciante, ah?” publica en el muro de comentarios de tus ventas por Mercadolibre.
- Apenas te asomas a Facebook, de inmediato se abre la ventana del chat con su expresivo saludo: “¡Holaaaaaaaa! (emoticon de carita alegre)”.
- Si lo o la bloqueas en Twitter, reaparece horas después con otro nombre de usuario más el correspondiente reproche: “¡Soy yo!.. ¿Por qué eres tan odios@? (emoticon de carita triste)”.
- Si pasas un día sin conectarte, visita las emergencias de los hospitales, la cárcel y hasta la morgue, angustiadísim@ ante la posibilidad de que te haya ocurrido algo.
- Todas las fotos en Flickr o en la cuenta de Instagram del acosador virtual son imágenes de ti regando las plantas o en la parada del autobús (algunas de ellas, intervenidas con Photoshop para mostrarse a tu lado rodeándote por la cintura).
- En el intento por evadir su asedio a través del PIN, cambias de BlackBerry a iPhone. Días después, te envía una invitación para que instales WhatsApp.
- Cada vez que, para acabar con el fastidio, intentas cerrar todas tus cuentas de correo y las de las redes sociales, el teclado y el mouse se trancan.
- Presa del pánico, adviertes que el sitio que el acosador o la acosadora marcó hace pocos segundos en Foursquare, es justamente la habitación en la que ahora estás.

jueves, febrero 16

Mi vida sin Megaupload


Cerraron el servidor del que me valía para ver películas por internet y, presa del aburrimiento, me decido a revisar el periódico. Sorprendido, descubro que entre los avisos clasificados y la sección destinada a honrar a los difuntos aparece un apartado lleno de caras conocidas y afiches que invitan a visitar un tipo de establecimiento -¡de bloques, alfombra y concreto!- donde proyectan las películas de la temporada. La curiosidad me devora y, eso sí, con cierta desconfianza, me dirijo a conocer una sala de cine.
Tras varias consultas por el paradero del local, llego al sitio donde una modesta afluencia de personas apura la lectura del cartel electrónico en el que aparecen y desaparecen en un parpadeo las diversas opciones; ya dentro del inmueble se explaya otra cola y como nunca he dominado el impulso de hacer una cola, me incorporo a ella, quién quita, quizá hasta encuentre leche en polvo y aceite de comer, pero sorprende hallar aquí también las veneradas cotufas y un par de chocolates que, finalmente, terminan costando más que el boleto de entrada.
Llevado por el rebaño de espectadores, ingreso a una de las galerías que recuerda a una boca del Metro y en cuyo interior se extiende una especie de anfiteatro en ascenso, con sillas ordenadas de tal manera que sus ocupantes logren distinguir un telón en blanco que, cosa inaudita, no muestra ningún protector de pantalla. Bajan las luces, el entorno se diluye en la penumbra, echan un noticiero infinito más el tropel de comerciales -¡para esto me quedo en casa viendo la tele!- mientras sobre la butaca contigua se aplasta un gordito que de inmediato emprende una sorda batalla para apoderarse, centímetro a centímetro, del uso del posabrazo.
Algunos elementos guardan una asombrosa similitud con ver en casa una película de las quemaítas: los susurros de la concurrencia y la sombra que avanza entre la hilera de asientos delanteros en procura de una butaca, son cuestiones que yo siempre creí que formaban parte de la película a modo de tentativa experimental de los directores vanguardistas; se inicia la proyección y, eso sí, admito que acá aumenta esa calidad de pieza de pan recién salida del horno que tienen los personajes durante los primeros minutos de un film.
Al igual que el tamaño de la pantalla, aquí la huella es más honda, poco a poco se distancia y va agrandándose con relación al efecto dejado por la tele o el monitor de la PC; aquí, dentro de esta panza oscura, la mano de la ficción aprieta con más fuerza la garganta y así como es un placer unirse a los otros en una misma carcajada la vez que el protagonista cena en compañía de sus suegros, descubro también la mayor calamidad de ver una película en una sala de cine: no poder largarse a llorar libremente cuando los amantes se despiden entre los vapores de una estación de ferrocarril. En casa uno detiene la película vertida por el DVD o el Blu-ray, se escabulle al baño, enciende un cigarrillo y regresa recompuesto a la historia contada; acá -para que el gordito de al lado no sospeche nada- se ha de fingir que una basurita cayó repentinamente en el ojo y, concluida la función, simular que se ve la hora en el reloj de pulsera o se está atento a los escalones que llevan a la salida, lo que sea menos alzar la mirada para que nadie advierta los ojos inflamados, el semblante abatido; como nunca, el corazón hecho un trapo camino al estacionamiento.

lunes, febrero 13

Compartir el carro


- Disculpen la tardanza, es que anoche me eché unos palos y amanecí fatal -se excusa, tras cinco minutos de demora, quien hoy ocupa el asiento de copiloto luego de que la junta de condominio animara a los vecinos que participan de horarios y destinos similares, a compartir el automóvil durante la ida y el regreso al trabajo con el fin de ahorrar gasolina y reducir el embotellamiento vehicular; pero tan magnífica medida, no hay duda, también depara reveses insospechados…
- Aquí traigo una musiquita para amenizar el trayecto -anuncia copiloto, sacando de su maletín el más reciente CD de Lady Gaga.
- ¡Qué alienante esa música, camarada! -precisa el vecino instalado en el extremo izquierdo del asiento posterior-. Propongo colectivizar el asunto eligiendo entre todos un género musical por día. Los lunes, por ejemplo, cumbia y mapalé; los martes, Nueva Trova…
- ¡Yo podría grabar las diferentes categorías en las carpetas del iPod! -se ofrece asiento posterior extremo derecho.
- ¿iPod? ¡Ese es un dispositivo perverso utilizado por el capitalismo para enajenarnos y...! -se desboca extensamente asiento posterior extremo izquierdo.
- Por cierto… ¿no oyeron el atajaperros de anoche donde la parejita del 5-A? -interviene copiloto, revelando con su participación que enterarse a primera hora de las intimidades del vecindario es el atractivo dominante (además de combatir el calentamiento global, por supuesto) que entraña compartir el carro. Dirijo los dedos al bolsillo para tomar un cigarro y saborear el cuento como mejor se le saborea, pero de inmediato asiento posterior extremo derecho emprende un escándalo de tosidos mientras, según distingo por el espejo retrovisor, me mira fijamente la nuca. No tarda en sobrevenir la inaplazable reflexión:
- Vecino… ¿sabía que fumar da cáncer? Y no solo eso: el Señor condena los vicios.
- Tendremos que buscarnos un letrero de “Ambiente 100% libre de humo” -bromea copiloto y desisto de encender el cigarrillo pues, aunque voy en mi auto y me ampara el derecho, sobre mí se precipitará la venganza el día que me toque ir de pasajero en alguno de sus vehículos, menos en el de copiloto, que no tiene carro y acostumbra irse en camionetica a la oficina… Ahora que lo pienso, fue él quien expuso ante el vecindario la idea de “compartir” el automóvil y el que, además de figurar como el más exigente del grupo (“¿Por qué no te pasas por una panadería para comprarnos unos cachitos?”), gusta dirigir desde su asiento la conducción del vehículo: “Compadre, bájele un pelín al aire acondicionado… ¿Desde cuándo no le hace el motor al carro?… Por aquel atajo no hay cola”.
Asiento posterior extremo izquierdo, que es corredor de seguros, procura colocar unas pólizas entre los pasajeros hasta que asiento posterior extremo derecho rompe el silencio en el que ha estado sumergido durante casi todo el camino, estallando como un dique dinamitado: “Sospecho que mi mujer me va a abandonar”, confesión que impone en el grupo la tarea de pañito de lágrimas mientras yo no veo la hora de solazarme en el postergado privilegio de desatar la tormenta de truenos y relámpagos que me acontece cada vez que ceno brócoli. Ecológicamente, cada quien llega su destino.
- ¡Hasta el atardecer y sus fulgores, compatriotas! -se despide asiento posterior extremo izquierdo.
- Véngase temprano que hoy juega el Barça -me advierte copiloto.
- Queda con el Señor -reconforta asiento posterior extremo derecho.
Todo sea por el planeta.

miércoles, febrero 8

Riesgos del romance


El cine y la televisión, en insensato acuerdo con la revista Cosmopolitan, modelaron un catálogo de rutinas amorosas que se vuelve trizas apenas los amantes se tienden sobre las sábanas de la realidad: los riesgos varían desde querer robar un beso en el ascensor y terminar machucado por las puertas hidráulicas, hasta ese clásico de la pasión que es retozar entre las olas del mar, práctica esta que -según confirman aquellos que han incursionado en el idilio costero- esconde bajo su espuma no pocas emboscadas.
Supongamos que dimos con una playa que el Ministerio del Poder Popular para el Ambiente considere no contaminada y apta para el disfrute de los bañistas, adentrarse al océano en compañía de la media naranja exige una fortaleza de piernas digna de un pesista más el equilibrio de un acróbata del Cirque du Soleil, ello con el propósito de sobrellevar el peso de la pareja “abandonada entre tus brazos” así como para prevenir que el oleaje empotre en un peñasco a los tórtolos; pisar una aguamala, guillotinarse el pie con la superficie coralina, los calambres típicos de las actividades acuáticas más un tabardillo producto de la sobre exposición a los rayos ultravioleta, han enviado a no pocos amantes a dormir pero entre los peces.
En la orilla el asunto no mejora. Aquel arenero convierte la mano más suave en una piedra pómez que brinda lacerantes “caricias” al rostro, la espalda y demás áreas corporales de la persona amada; mientras que para combatir el enjambre de mosquitos se acostumbra impregnar la piel con repelente Off. Y no hay nada menos sensual que una piel impregnada de repelente Off.
Ya en casa, las velas aromáticas ordenadas sobre el borde de la bañera son una excelente iniciativa debido al racionamiento eléctrico más las multas que las compañías del sector aplican para evitar el despilfarro, pero tan fragante y ahorrativa propuesta ha llegado a achicharrar el dedo gordo del amante que, perdido en el jaleo amoroso, desliza inadvertidamente su pie sobre la llama del cirio. Más allá del shock térmico si el agua caliente no está debidamente graduada o de un patinazo mortal durante el enjabonamiento mutuo, lo de la bañera merece especial atención.
En los apartamentos tipo estudio las tinas son un lujo inaccesible y para prestarse a esta aventura romántica habría que solicitar en calidad de préstamo el baño en casa de los padres; otra posibilidad es recurrir a un hotel con habitaciones provistas de jacuzzi, eso sí: a mitad de una acrobacia amorosa, cuidado con caer de bruces fuera de la cápsula en forma de copa de Martini de la cadena Aladdin y -si se corre el riesgo- recordar traer consigo un frasco de Betadine para combatir los microorganismos plantados por la pareja que retozó allí quizá minutos antes.
Pasemos a la cama, donde un espina infiltrada entre los pétalos de rosa esparcidos sobre el lecho ha llevado a la ceguera a numerosos amantes, mientras que el trapo colocado sobre la lámpara de la mesita de noche para sumir entre penumbras el escenario podría agarrar candela gracias a la concentración calórica generada por el bombillo y aquello pase a ser, en rigor, un “momento ardiente” del que se concluye que el mejor regalo para agasajar a tu pareja este 14 de Febrero es una afiliación a Rescarven, que por algo su lema es “medicina con corazón”.

Jornada por kilo

Cuando se creía liquidada la discriminación laboral hacia las mujeres, una circunstancia insiste en sembrar atropellos en los sitios de trabajo de las damas: el peso corporal. “Las mujeres delgadas ganan más que aquellas que sufren de sobrepeso”, expone un estudio de la Universidad de Florida según el cual entre las “esbeltas” y las “corpulentas” se abre un abismo salarial de 6.000 dólares anuales; no obstante, dicha investigación solo contempla el aspecto económico, olvidando esas muchas otras tribulaciones sufridas por las hijas de Eva apenas retiran los pies de la báscula para posarlos en el tapete de entrada a la oficina:


De 40 a 55 kilos: “La flaca”

Si damos por cierta la mencionada investigación, podría pensarse que aquella trabajadora ubicada dentro de esta franja ha logrado un currículum cuajado de logros; y puede que así sea, lo que es indudable es que si su jefe es otra mujer, ésta se unirá en el trabajo al coro de féminas para acusarla de sufrir de trastornos alimenticios. Desde la recepcionista hasta el motorizado aprovechan el menor chance para indicarle truquitos para subir de peso y, si su jefe es varón, este duda si ascender a la empleada famélica a un cargo gerencial no vaya a ser que -cuando toque despedir a un empleado en caso de reducción de personal- el botado la tome por los hombros para aventarla, cual hoja al viento, por las escaleras y/o los ventanales de la compañía.


De 56 a 75 kilos: “¡La buena esa!”

Permanecer en lo que se considera el estado ideal dentro del binomio peso-estatura es garantía de ciertos beneficios… así como de numerosas condenas. Mientras sus compañeros masculinos se brindan asiduamente a surtirla de clips y a reponerle el papel a la impresora, las compañeras -junto a la jefa- no le quitan los ojos de encima a “¡La buena esa!” cuando el marido o el novio de aquellas visitan el sitio de trabajo. Una amenaza se cierne sobre la trabajadora instalada dentro de tan cotizado margen: el jefe varón le calcula el peso apropiado para sentarla sobre sus piernas.

De 76 a 99 kilos: “Gordis”

Con visibles rollitos alrededor de la cintura (razón por la que a la jefa comienza a caerle muy bien), es la primera a la que le preguntan si no ha visto la vianda con el almuerzo que alguien le sustrajo de su cubículo a uno de los compañeros, a la vez que los colegas varones le identifican la reserva energética necesaria como para que se encargue por si sola de cambiarle el tóner a la fotocopiadora.


100 kilos o más: “Gorda”

Aunque suele acompañar a la de 76 a 99 kilos a cambiarle el tóner a la fotocopiadora, las compañeras y la jefa no le quitan los ojos de encima si en ese momento no se encuentra ningún hombre en el sitio de trabajo y haya que reemplazar el botellón de agua; desde la recepcionista hasta el motorizado aprovechan el menor chance para indicarle truquitos para bajar de peso; y, si su jefe es varón, mantiene a mano el currículum vitae ante la sospecha de que será la primera en caer en caso de reducción de personal. Si llega a extraviarse el almuerzo de uno de los compañeros, la víctima del despojo no duda en acorralarla ante el resto de la nómina: “¡Devuélveme la vianda!”.