viernes, julio 21
Bouquet
La disputa que emprenden ciertas mujeres para adueñarse del bouquet arrojado por la novia a las puertas del templo, debería ser elevado a disciplina olímpica junto a aquellas categorías que exigen una notable destreza física, como las artes marciales, la lucha libre, o esas carreras de fondo en los que una atleta que ya corrió lo suyo deposita en manos de su sucesora el testigo, en este caso envuelto entre follaje y orquídeas.
La escena transcurre como en cámara lenta. Apenas el ramillete sale proyectado de las manos de la recién casada, las más audaces se alzan el vestido hasta los muslos o descargan un firme codazo sobre las costillas de alguna adversaria que, recuperado el equilibrio, aplica un gancho en el estómago de la siguiente mientras con la otra mano lanza un swing justo a la quijada de una madrina desprovista de resguardo. Cuando gracias a la fuerza de gravedad el manojo concluye su arco en el aire, las sobrevivientes se abalanzan como jugadores de fútbol americano tras el balón; mientras las pusilánimes (aquellas que sólo levantan sus brazos a la espera de que un marido caiga del cielo, entre lirios y calas) recogen la tapita desprendida del zapato o enjugan con disimulo el resto de sangre que mana de sus labios.
Durante una boda los solteros que desde una esquina observamos el lance con la minuciosidad de un entomólogo, clasificamos a las solteras de acuerdo al grado de vehemencia con que se arrojan sobre el trofeo. De este análisis surgen dos categorías básicas:
1) Las Basquetbolistas, que persiguen el ramo como si se tratase de la pipeta contentiva de la vacuna contra el cáncer. Los solteros advertimos la angustia de éstas por un marido, reaccionando entonces de dos únicas formas: los ajenos al compromiso las descartan de inmediato; mientras los maliciosos encuentran en espécimen tan desesperado a una presa fácil para calentarle el oído a punta de promesas y, a la mañana siguiente, luego de una noche de caricias azarosas, si te he visto no me acuerdo.
2) Las Incrédulas, quienes renuncian a participar en una tradición que catalogan de cursilísima. A este rubro pertenecen las feministas, las intelectuales, las lesbianas, y aquellas que reúnen en una misma condición todas las categorías anteriores. Aunque he aquí un dato: para algunos solteros, Las Incrédulas en ocasiones resultan mucho más interesantes: la tibieza demostrada ante el amuleto matrimonial ejerce el atractivo de un reto, la impronta del desafío.
Si la vencedora acudió al evento con su novio, de inmediato le dirigirá a éste una mirada cómplice que lo hará sudar frío. Y de asistir sin compañía, olvídate que un buen partido la invitará a recorrer la pista de baile durante el festejo. La he visto permanecer sola, apenas alentada por aquel pájaro de mal agüero anidado en el regazo, esa florida maldición que a muchos hombres espanta.
De seguro llegará a casa a depositar su fe en un jarrón con agua, mientras los pétalos caen uno a uno, hasta la próxima boda de una amiga con mejor puntería, el combate venidero, la siguiente esperanza perfumada.
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