lunes, mayo 27

El disciplina



Me alegraba llegar temprano al colegio.
Y me alegraba llegar temprano al colegio para recolectar sin ser visto esa pelusa diabólicamente urticante de las semillas de la Lagunaria del patio, e ir a depositar tan punzante cargamento sobre las aspas del ventilador de techo del aula. Ya sospecharán el desenlace de la historia: cuando encendían el aparato, sobre espalda y pelo de los presentes se desataba una tempestad de agujas invisibles que hacía que tanto maestra como condiscípulos permanecieran rascándose hasta que regresaban a casa a tomar un baño. La felicidad terminó cuando nombraron a Mauro disciplina del colegio.
Mauro asumió sus labores de vigilancia con la misma entereza de un guardia imperial. Además de impedir que siguiese ocurriendo la infamia de la pelusa pica pica, su responsabilidad comprendía reprimir a los vivarachos que pretendieran escurrirse en la cola del cafetín así como disipar cualquier indicio de rochela cuando a primera hora -“entre las gloriosas notas del himno nacional”- los estudiantes mejor portados izaban la bandera. Tal era su compromiso con la tarea asignada, que a mitad de clase Mauro iba y venía a la ventana del salón para cerciorarse de que ningún  revoltoso anduviera mangoneando por los pasillos, entre muchos otros acechos que llevó a que gran parte del cuerpo estudiantil superara el temor a ser acusado ante el representante e iniciara los ensayos en la venganza cultivando semillas de Lagunaria dentro del bulto del acuseta.
 La escuela primaria terminó un día, pero el autobús que llegaba cada mañana para reunir nuestros destinos lo conduce ahora Mark Zuckerberg. En uno de esos saltos de piedra en piedra que son las redes sociales, encuentro a Mauro en Facebook. Y no. No es personal de seguridad ni policía, tampoco miembro de un tribunal disciplinario o cualquier otro afán vinculado expresamente con la autoridad. Trabaja de oficinista, pero presumo que mantiene intacta su naturaleza de celador, de ojo del orden, sospecho que Mauro sigue por la vida con la insignia colgada del hombro y atento a que los compañeros de la oficina cumplan horario o al día siguiente la falta será consignada al jefe, ya sea como observación al borde de una taza de café o esa modalidad del comadreo ejecutivo que es hoy una minuta.
Su álbum de fotos virtual no da detalles pero igual me figuro a Mauro como secretario de la junta de condominio, pendiente de ahuyentar a las parejitas que se besuqueen a las puertas del edificio y demás jurisdicciones domésticas con que las personas hambrientas de mejor jerarquía se llevan a la boca una migaja de poder.
E imagino a Mauro alzar sus alas de ángel cuando pisa el acelerador para trancarles el paso a los automovilistas que busquen adelantarlo por el hombrillo, su cara está en la cara del señor que en el automercado me echa malos ojos por andarme comiendo las uvas del estante. Lo oigo hablar por la boca de los inquisidores de las ideologías y, por sobre todo -nada me convencerá de lo contrario- veo a Mauro en tanto guardia sin uniforme cuya terquedad por autoproclamarse en faro de la rectitud es proporcional a las monstruosidades que comete con la puerta trancada.
 Para ellos, para ti, Mauro, pelusa pica pica de Luminaria.

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