Dudo que exista un oficio más difícil
de ejercer anímicamente que el de motivador, ese profesional del optimismo
encargado de servirle la mesa a un público hambriento de sopa de pollo para sus
almas; pero lo que se ha vuelto una sopa es la vida y el motivador profesional
no solo ha de cumplir la cada vez más exigente tarea de inspirar a terceros,
sino también evitar caer él mismo en las garras de la desesperanza.
Aunque
una simple estrellita de mar es un motivo, abundan las razones que hoy desmotivarían
al más profesional de los motivadores. ¿Le robaron el carro? Camino a la
Inspectoría de Tránsito, ha de decirse y decirse a sí mismo aquella estimulante
afirmación de Zig Ziglar: “El éxito no es un destino, es un viaje”. ¿Apenas estamos
en enero y ya agotó su cupo Cadivi? Por lo que resta de año le tocará mantener la
fe en el preclaro Napoleón Hill y su “Convéncete de que no tienes límites
porque, en realidad, no los tienes"; y enfrentará la veracidad de la frase
de John C. Maxwell -“El secreto de nuestro éxito está en la agenda diaria”- si hace
horas se fue la luz en su casa y, entre tumbos, no encuentra dicha agenda.
Así como nadie confiaría su
rostro a un dermatólogo con el cutis azotado por el acné ni dejaría sus ahorros
en manos de un asesor financiero perseguido por los acreedores, cualquier asomo
de angustia empañaría la reputación del motivador profesional; ha de ser un ejemplo
abrasador de la palabra que predica y vérsele que anda motivado a toda hora, estrechar
la mano vigorosamente así sean las 3 de la tarde y aún no se ha desayunado, o exhibir
todos los dientes del entusiasmo pese a que anoche se le perdió el gato.
La rabia le es una fruta prohibida
y sería la hecatombe ceder al impulso de gritar fuera de casa el muy desestreseante
“¡coño de la madre!” acompañado de una patada al escritorio. El público pagó su
boleto para oír las perlas primaverales salidas de la boca de este vencedor, y no
a un mortal herido que en un mal día se le ocurriera desahogarse ante la
audiencia con lo siguiente:
“Saludos, damas y
caballeros. El tema de la charla que hoy venía a compartir (‘porque yo no imparto charlas:
las comparto’) era el perdón; pero quienes me van a perdonar son ustedes pues mi mujer
me acaba de abandonar y se ha llevado lo que se dice todo, desde el carro hasta
el perro. Yo dejé que agarrara sus peroles y se marchara porque si amas a
alguien, déjalo ir; si regresa es... ¡Y ella nunca regresó! ¡Cómo puede uno
perdonar a una zángana así!, a una depravada vividora que me secó la vida ¡Pero
ya va a ver! ¡Dejen que salga de aquí para que vea!”.
No
solo eso. Como todo modelo de triunfo, el motivador profesional ha
de permanecer de punta en blanco, no puede andar por ahí con los zapatos sin betún
o una arruga en el traje. Y menos dejarse ver con una lágrima en la cara.
Nadie deja sus sueños de regocijo
y fortuna a merced de un hombre triste.
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