En
la vida abundan los Cyrano de Bergerac, ese personaje de la obra del dramaturgo
francés Edmond Rostand muy versionada en el cine y el teatro, y cuya riqueza de
palabra desentonaba con su bancarrota física. Como todos esos sujetos ocurrentes
y simpatiquísimos pero poco apuestos a los que un amigo pide elegir el regalo
perfecto o componer los versos a recitar al oído de una moza, Cyrano ayudó al
galán de la historia a conquistar el corazón de Roxanne para, una vez cumplida
su labor de alcahuete, salir de escena justo cuando los amantes comenzaban a
meterse mano.
Mi
remota similitud con Adonis en compañía de ciertos “atributos espirituales”,
eso sí, me llevaron en varias ocasiones a interpretar el rol de un Cyrano de a
locha. En un tiempo desprovisto de correos electrónicos y mensajes de texto, algunos
amigos me pedían que dictara las frases para sus tarjetas de San Valentín, o
era conducido a distraer con bromas y comentarios climatológicos a la madre de una
linda señorita que -durante mi performance
improvisado en el patio- se caía
a “lata” con mi amigo en la jardinera del porche. En cierta oportunidad hasta me
presté para imprimirle carácter ejecutivo a un galanteo haciéndome pasar por el
despachador de una floristería que tocaba a la puerta de una muchacha para entregarle
un ramo de rosas. La joven quedó suspirando en el umbral por el gesto del tenorio.
Y al despachador, ni la propina.
La
amada de Cyrano permaneció durante años derretida por el patiquín y vino a saber
quién era el verdadero autor de las palabras que la enamoraron ya cuando nuestro
deslucido mártir metía un pie en la tumba. No me gustó ese desenlace. Me era
demasiado familiar. La “belleza interna” es una moneda que cambia de valor según
el cliente, pero Cyrano decidió poner la suya en un bolsillo ajeno; fue un
amigo ejemplar y un emblema del romanticismo, pero también un gafo. De allí que
propongo en estas líneas no reproducir su fatalidad y tomar al desafío, saltar
de la platea al escenario y, sí, ayudar al amigo a escribir cartas de amor siempre
y cuando la misma Roxanne no ocupe las fantasías de ambos.
Por
supuesto que entre el feo y su sueño se interpone una terrible desventaja, pero
ningún héroe renuncia antes de salir al campo de guerra ¿La victoria es imposible?
Sobran ejemplos de lo contrario, la cara `e tronco de Camila Parker Bowles despojó
de un príncipe (Carlos, pero príncipe al fin) a Lady Di, y a esa versión contemporánea
de Flacus Vigotis que es Marc Anthony miles de seguidoras le arrojan sostenes y
pantaletas a la tarima y hasta se hizo de uno de los culos más frutales del
planeta.
El
nerd avanza desde fondo del deseo para liderar la manada, y a nuestra
disposición están el muy útil sentido del humor más esas frases de la sabiduría
popular a sostener con un imán sobre la puerta de la nevera: “Pida… que no sabe
si están por darle” pues quién quita que la doncella apetecida comparta esa corriente
del pensamiento según la cual “mientras más feo, más hermoso”. Y si ninguna de
estas maniobras conduce al objetivo, ahí está esa fórmula moralmente reprochable,
cómo no, pero cuya eficacia nadie pone en duda: “billete mata galán”.
Claro,
si eres un feo espléndido pero lleno de complejos, tímido y -para mayor soledad-
sin billete y ningún interés en conseguirlo, sigue escribiendo cartas de amor
para terceros.
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