“¡Dile
NO a la discriminación!”, condenó una amiga en Twitter cuando, a inicios de
este mes, se dijo que un centro nocturno caraqueño les había cerrado las
puertas a un grupo de bailarines profesionales de changa, de esos que, seguro
los has visto, llevan pantalones chupi-chupi por los que se les asoma medio
fondillo, gorras de gran visera, bigotes decolorados, y quienes, ya sea en una
plaza o en concurridas matinés, se arrojan al piso para dar vueltas como trompos
patas arriba.
Por
supuesto que el desafuero -de ser cierto, yo no estaba ahí- de Discovery Bar,
como se llama el sitio de marras, merece todo el repudio; pero en lo que deseo detenerme
acá es en la indignación de la chica del tuit con que abro esta nota, la misma a
la que he oído personalmente y en varias ocasiones soltar perlas del calibre de
“Ay, pero que carajo tan tuki” o “Esa música es muuuy tuki, ¡de monos pues!” en
referencia directa a chamos de piel y vestimenta similares a aquellos que, se
dijo, fueron despachados por los porteros de la discoteca capitalina.
Las
cuentas estaban claras: muchos de los que rasgan sus vestiduras porque un local
les corta el paso a unos entusiastas de la changa burrera, son los mismos que,
al ver que por la acera se acercan muchachos con una apariencia afín, respingan
la nariz y hasta esconden en un bolsillo el teléfono celular, se llevan la mano
a la cartera, suben los vidrios y bajan los botones de las puertas del carro. Al
igual que la chica del tuit, son muchos los eficientes porteros de su espacio privado.
Son muchos los que dejan afuera a Yuleisi y a Wilmilson.
Pocas
palabras me chocan tanto al oído como el término tuki cuando se le utiliza de
pared, de tabique verbal con que la clase media mira por sobre el hombro, ironiza
y pretende elevarse por sobre el populacho, para luego abrir en su móvil la
aplicación de Twitter y discursear sobre igualdad y justicia social.
Aquella
chica, nuestra alegre nación, no solo es prejuiciosa, sino también diligentemente
hipócrita. Y si no fuera suficiente con el íntimo desprecio, corona el día con públicas
prédicas a lo Madre Teresa.
No
es casual que en este año que termina se dieran a conocer sendos documentales que
enfocaron su mirada sobre dos de las puntas de nuestra sociedad: “¿Quién quiere tuki?”, de
Monstro Contenidos y concerniente al colectivo Abstractor, alojado en las lomas
de Petare; y el muy escarnecido “Caracas, ciudad de
despedidas”. Con entonaciones diferentes y sin ánimos sociológicos, ambos videos
muestran a dos juventudes distantes entre sí pero igual de azoradas, huyentes, los
dos bordes de un mismo desfiladero.
Unos
comparten dentro de la discoteca. Otros, sin acceso a ella. Pero ambos colgados
de la misma cuerda tendida por los farsantes.
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