Distinguido señor agente del orden público,
me apersono en esta dependencia policial con el fin de solicitar la aplicación
de medidas urgentes destinadas a privar de libertad a los amigos de lo ajeno de
cuyas acciones delictivas fue objeto este servidor. El hecho punible ocurrió
ayer tarde en las inmediaciones de la entidad bancaria donde acababa de
convertir en moneda corriente el cheque endosado a mi nombre por concepto de
salario mínimo, luego de lo cual me dirigiría en compañía de mi señora esposa y
su señora madre, es decir, mi señora madre política, rumbo al emporio de
“Quinta Crespo” para la adquisición de los productos propios de la cesta
básica.
De súbito y proveniente de detrás de un
arbusto, hizo acto de presencia un par de ciudadanos en apariencia adscritos al
estrato socioeconómico menos favorecido de la sociedad, el primero de ellos
entrado en carnes y de aspecto caucásico y el segundo de ascendencia
afroamericana y baja estatura, quienes a leguas se les veía autoestimulados por
sustancias psicotrópicas, y que a continuación me instaron encarecidamente a
que les hiciera entrega de los bienes de valor de los que en ese momento yo
disponía o, en caso contrario, sería lesionado con el objeto punzopenetrante
cuyo filo el irregular de aspecto caucásico presionaba enérgicamente contra el
área de los huesos largos y curvos que conforman mi caja torácica. La sensación
de inseguridad fue aterradora.
Los sospechosos aderezaban sus demandas con
agresiones verbales que comprendían denominar a mi señora madre política de
fémina perteneciente a la tercera edad con ostensible aspecto de ave trepadora,
a mi señora esposa la catalogaron de mujer pública y de moral relajada que
percibe remuneración económica por la prestación de sus servicios sobre aceras
y brocales de la ciudad, mientras en mi caso insistían en poner en tela de
juicio mis inclinaciones sexuales mediante la conjetura de actividades
presuntamente relacionadas con la comunidad LGBT y descritas de manera bastante
gráfica por el par de antisociales. Yo invocaba a la suprema deidad para que no
nos hicieran daño a nosotros ni a nosotras, que acarrearan con nuestras
posesiones pero que no nos dejaran con alguna discapacidad motora o, peor aún,
ultimados ¡Qué de testículos! El de ascendencia afroamericana y baja estatura
pareció apiadarse y, cosa rara, los dos insecticos nos exhortaron a seguir
velozmente la marcha si era nuestro deseo conservar la integridad física.
¡Nos salvamos de semillita!, distinguido señor
agente del orden público, pero le solicito que emprenda las investigaciones a
que diera lugar para que esos dos genitales de progenitora sean aprehendidos y
confinados a un centro de reclusión porque así no se puede vivir,
¡recórcholis!, con el pulso acelerado cada vez que salgo a la vía pública no
vaya a ser que vuelva a coincidir con dichos irregulares y ahí sí le certifico
que me hago del cuerpo.
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