Atrás quedaron los
tiempos en que para ser el alma de la fiesta se precisaba de gracia para contar
chistes más ágiles pies con los que brillar sobre la pista de baile, y ahora en
casi toda tertulia el estrellato recae sobre el asistente más informado sobre las
series de televisión: en esos incómodos minutos cuando nadie sabe con exactitud
con qué tema iniciar la velada, el serieadicto rompe magistralmente el hielo con
su ya legendario “Ashton Kutcher no es ni la sombra de Charlie Sheen”, pronunciamiento
luego del cual la concurrencia mueve sus sillas para rodear al serieadicto cuyo
protagonismo ensombrece al pobre diablo que en el patio o en el balcón ventea
las brasas de la parrilla.
No es para menos. Antes
de la llegada de la tele por cable, cuando los cuatro o cinco canales
nacionales transmitían apenas un puñado de series de tv, bastaban pocas horas
frente al aparato para estar al corriente de los disparates de Alf o de cómo MacGyver
construía una bomba de hidrógeno a partir de las piezas de un radiecito de
pilas; el asunto aún era manejable con Friends
y Seinfeld, pero hoy la oferta pasma y
para estar al tanto de las chorrocientas series al aire más las 12 ó 15 que se estrenan
cada semana, se requiere de una entrega que implica desatender al trabajo,
dejar la puerta abierta para que el perro se pasee solo y abandonar tanto el
sexo como la lectura reposada para concentrarse en una tarea que ni Diderot al
momento de reunir la data para L´Encyclopédie.
El esfuerzo rinde sus frutos
en las más diversas circunstancias porque hoy todos somos serieadictos ¿Está usted
retrasado en la entrega de un informe? Averigüe la serie favorita del jefe y
apenas lo vea venir con gesto ceñudo, recíbalo con un “¡El episodio de anoche
de The Walking Dead fue colosal!”, y notará
cómo durante el afiebrado diálogo que sigue queda en el olvido cualquier reprimenda
¿Desea proyectar una imagen reflexiva? Pues “¡Qué bien lograda la atmósfera decadente
de Californication!” es lo suyo; y con
una opinión benévola sobre 2 Broke Girls
o Mike & Molly inspirará un estupendo
aire de simpatía.
Las series de televisión,
que hoy recogen los principios que han forjado la civilización
occidental, según acierta el escritor español Luis Segura Gómez, son también el
mecanismo para definir en un santiamén el
alma de los extraños e identificar al amor de su vida y hasta a enemigos
potenciales. A menos que esa persona sea un aficionado de Rubicon -lo que constituirá un enigma pues ese programa parece que
nadie lo ve-, acá algunas claves reveladoras:
- The Game of Thrones: De tratarse de un subordinado, no lo pierda de vista que anda
planeando serrucharle el puesto.
- Glee: Individuo de
temperamento tan romántico como exasperante: silba y tararea hasta dormido
temas de Barbra Streisand pero, eso sí, nunca le lleve la contraria pues de
inmediato intentará vaciarle por las narices un vaso de chicha.
- Grey´s Anatomy + Dexter: Combo que traduce síndrome de trastorno bipolar. (Ah, y si ella
o él forma parte del personal médico del Hospital El Llanito, no hay duda de
que le será infiel).
- Revenge: Si llega a
enfurecerla no se sorprenda si después usted consigue la casa en llamas o la
pintura del carro rayada “accidentalmente” con un destornillador.
- Los hombres las prefieren brutas: Huya rápidamente de ese individuo; pero si es demasiado tarde y
ya entabló una relación sentimental, recurra a la excusa de rompimiento de
moda: “No eres tú: es tu serie de televisión”.
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