Abrimos el timeline para descubrir que de nuevo las
sombras se apoderaron de Twitter: murió alguien famoso. Ante la oscura noticia,
nos guardamos en un bolsillo el tuit dicharachero que pretendíamos publicar o la
insatisfacción por un reciente anuncio del gobierno, para seguir el protocolo mortuorio
2.0 porque vestirse de luto también tiene su versión digital y estrictas normas
a cumplir para no pasar por desalmados.
En primer lugar, y esto es muy importante, es preciso enterarse
con exactitud quién era en vida el difunto que toda la tuitósfera parece
conocer menos uno, detalle que no ha de impedir incorporarse al duelo general pues
los seguidores podrían suponer que nuestro silencio obedece a una dureza de
corazón o, peor aún, que somos unos ignorantes que desconocen la magnitud de la
pérdida. Pero cuidado con sumergirse a la ligera en el dolor, no vaya a ser que
el muerto sea un déspota africano y uno ande de disparatero pidiendo que lo canonicen;
así que el primer paso es googlear al
fallecido para poder llorarlo con propiedad (eso sí: que carezca de reseña
biográfica en Wikipedia significa que no era lo suficientemente ilustre y relanza
la opción de publicar el tuit dicharachero pensado en un principio).
Las redes sociales honran el esmalte redentor con que la
muerte cubre a sus hijos, aquí también es mal visto azotar una memoria aún
tibia y así Lord Voldemort sea el caído, guarda para cuando cierres la sesión
los comentarios del tipo “ese desgraciado debe de estar ahorita ardiendo en las
pailas del infierno”, y pon de manifiesto tu piedad online con un “ojalá el
cielo se apiade de su alma”. O si odias el reguetón y el fenecido era un
reguetonero, la etiqueta dicta celebrar lo que aquel aportó al género (“el
perreo ya no será lo que fue”), confiesa que atesoras varios temas -ahora
convertidos en clásicos- de su discografía o visita YouTube para linkear un
video y darle valor agregado a tu elegía digital.
La velada transcurre entre retuits de las frases ingeniosas
del velado, casi se sienten el olor a café y las volutas de humo de cigarro en el
aire de un sepelio al que asistimos en pantuflas y echados sobre un mueble de
la casa. De repente ¡milagro! un allegado del presunto occiso desmiente el
rumor o el propio `difunto´ saca una mano del ataúd para tuitear la aclaratoria,
dice estar en Miami o vacacionando en Acapulco y muy agradecido por las palabras
de solidaridad, la resurrección alegra a todos pero igual trae a Lázaro de vuelta
al infierno de los vivos, los maliciosos no tardan en suponer que se trató de una
bola echada a rodar por una estrella en decadencia que inventó su muerte para recordarle
al mundo que sigue viva, y al instante la música del renacido vuelve a ser un
asco o sus películas una porquería insufrible. Todo esto pasa en quince minutos
o menos, y ya la concurrencia recoge las flores que depositó al pie de la urna vacía
y parte en procesión rumbo al próximo Trending
Topic.
Por desgracia, no todos regresan de entre las sombras, a
veces la calamidad ocurre y si admiras y hasta quieres al finado, tus dedos
temblorosos sobre el teclado llenarán de faltas ortográficas la tristeza.
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