Me alegraba llegar temprano al colegio.
Y me alegraba llegar temprano al colegio para recolectar sin ser visto
esa pelusa diabólicamente urticante de las semillas de la Lagunaria del patio, e
ir a depositar tan punzante cargamento sobre las aspas del ventilador de techo
del aula. Ya sospecharán el desenlace de la historia: cuando encendían el
aparato, sobre espalda y pelo de los presentes se desataba una tempestad de
agujas invisibles que hacía que tanto maestra como condiscípulos permanecieran
rascándose hasta que regresaban a casa a tomar un baño. La felicidad terminó
cuando nombraron a Mauro disciplina del colegio.
Mauro asumió sus labores de vigilancia con la misma entereza de un
guardia imperial. Además de impedir que siguiese ocurriendo la infamia de la
pelusa pica pica, su responsabilidad comprendía reprimir a los vivarachos que
pretendieran escurrirse en la cola del cafetín así como disipar cualquier indicio
de rochela cuando a primera hora -“entre las gloriosas notas del himno nacional”-
los estudiantes mejor portados izaban la bandera. Tal era su compromiso con la tarea
asignada, que a mitad de clase Mauro iba y venía a la ventana del salón para cerciorarse
de que ningún revoltoso anduviera mangoneando
por los pasillos, entre muchos otros acechos que llevó a que gran parte del
cuerpo estudiantil superara el temor a ser acusado ante el representante e iniciara
los ensayos en la venganza cultivando semillas de Lagunaria dentro del bulto
del acuseta.
La escuela primaria terminó
un día, pero el autobús que llegaba cada mañana para reunir nuestros destinos lo
conduce ahora Mark Zuckerberg. En uno de esos saltos de piedra en piedra que
son las redes sociales, encuentro a Mauro en Facebook. Y no. No es personal de
seguridad ni policía, tampoco miembro de un tribunal disciplinario o cualquier otro
afán vinculado expresamente con la autoridad. Trabaja de oficinista, pero presumo
que mantiene intacta su naturaleza de celador, de ojo del orden, sospecho que Mauro
sigue por la vida con la insignia colgada del hombro y atento a que los
compañeros de la oficina cumplan horario o al día siguiente la falta será consignada
al jefe, ya sea como observación al borde de una taza de café o esa modalidad
del comadreo ejecutivo que es hoy una minuta.
Su álbum de fotos virtual no da detalles pero igual me figuro a
Mauro como secretario de la junta de condominio, pendiente de ahuyentar a las
parejitas que se besuqueen a las puertas del edificio y demás jurisdicciones domésticas
con que las personas hambrientas de mejor jerarquía se llevan a la boca una migaja
de poder.
E imagino a Mauro alzar sus alas de ángel cuando pisa el acelerador
para trancarles el paso a los automovilistas que busquen adelantarlo por el
hombrillo, su cara está en la cara del señor que en el automercado me echa
malos ojos por andarme comiendo las uvas del estante. Lo oigo hablar por la
boca de los inquisidores de las ideologías y, por sobre todo -nada me convencerá
de lo contrario- veo a Mauro en tanto guardia sin uniforme cuya terquedad por autoproclamarse
en faro de la rectitud es proporcional a las monstruosidades que comete con la
puerta trancada.
Para ellos, para ti, Mauro,
pelusa pica pica de Luminaria.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario