Atrás
quedó la época cuando los excompañeros de bachillerato o de la universidad o los
tripones que compartieron la infancia en un mismo vecindario, concertaban una
cita para verse de nuevo tras tomar otros rumbos en sus vidas: hoy la gente ya no
necesita reencontrarse pues las redes sociales conducen al encuentro permanente,
a una velada que insiste en prolongarse las 24 horas de los 7 días de la
semana, durante -al parecer- el resto de la existencia.
Lo
que sí permanece inalterable son los niveles de angustia que definen a este
tipo de eventos, y que van desde el temor a figurar como el más abollado del
grupo, hasta la relación de tribulaciones cotidianas que incluyen un par de
divorcios más un empleo de salario mínimo. Aunque minimizar las terribles consecuencias
de los “reencuentros” virtuales parezca una tarea imposible, en líneas
siguientes expongo ciertas maniobras que a mí me han resultado de gran utilidad
para -ya sea en Facebook, Twitter, Google+ ¡y hasta en grupos abiertos para tal
propósito en el PIN del Blackberry!- salir ileso del día a día en que se han
convertido aquellas ocasionales gestas de la nostalgia:
-
Modifica regularmente tu geo-ubicación de modo que las viejas amistades
presuman que una semana estás en Río de Janeiro y, la próxima, en Nueva
Zelanda.
- Remozar con Photoshop la
foto del avatar es una maniobra gastada, mientras estrategias como mandarse a hacer una lipoescultura o inyectarse botox podrían resultar
insuficientes para contrarrestar el nivel de deterioro físico alcanzado
con el tiempo; por lo que se sugiere contratar
a un modelo que guarde cierto parecido contigo para ponerlo delante de la
cámara y hacer creer que uno se mantiene así de espléndido.
-
Si no has ascendido económicamente, una excelente idea -a implementar en
combinación con la maniobra anterior- consiste en adquirir un vistoso
mobiliario, quizá un platón de cobre o una repisa de trofeos y medallas (obviar
vinilos decorativos y tapices autóctonos) a colocar a tus espaldas al momento
de conectarte a Skype, ocultando así la penosa circunstancia de que aún resides
en casa de tus padres.
- Lánzate en
parapente o come iguana con el único fin de contarlo a tus viejos panas ahora
online.
- ¿En un desliz,
comentaste por Twitter que están a punto de suspenderte el servicio eléctrico
por falta de pago? ¡Aclara enérgicamente que te clonaron la cuenta!
- Si sientes
una profunda envidia porque tus amistades de bachillerato “andan” con gente
famosa o temes a que te compadezcan porque no llegas a la docena de amigos electrónicos
(“pobrecito: ¡todavía está tan solo!”), la alternativa más óptima para hacer creer
que tienes más vida social que Paris Hilton reside en darle a la opción
“Asistiré” a cuanta parrillada o bautizo de libro te inviten en Facebook.
- Envía “accidental”
y públicamente tu número telefónico a la cuenta en Twitter de Justin Bieber.
- Por sobre las recomendaciones sugeridas, la mejor estrategia para
sobrevivir a los “reencuentros” virtuales radica en negarse a ellos, desistir
de andar recobrando
viejas amistades y colocarle el candadito a Twitter bajo el argumento de que estás en un programa de protección de testigos o que temes
a que la CIA abra un expediente con información de tu apasionante y secreta vida
personal. Nada como el enigma para inflamar la imaginación de los fantasmas del
pasado.
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