Lo
aclaro en la primera línea: no hay género musical peor hecho que la gaita, su letra
es machacona y de un cursilería insoportable, la gaita es chillona, súbita y -como
acertara el artista Enrique Enríquez- con una base rítmica igualita al chaca chaca
de una lavadora de rodillo a punto de desbaratarse. Pese a tales insuficiencias,
llevo en el iPod una nutrida carpeta bajo su nombre y que, como ya saben mis
vecinos, durante estos días escucho con alarmante tenacidad.
Tras saltar a la brava razones lógicas o
estéticas, para mí escuchar gaitas es una afición que responde a criterios
sentimentales. Durante mi infancia en Maracaibo, cada madrugada de los segundos
domingos de mayo, a la puerta de la casa llegaba un escándalo desencadenado por
mi hermano mayor y sus amigos “del grupo”, quienes durante toda esa noche recorrían
las ventanas de las madres para “serenatearlas” a punta de cuatro y charrascas hechas
de latas de leche condensada. Y mamá se asomaba a su ventana, como mirando el
cielo. Ya no hubo escapatoria. Desde entonces y hasta hoy, cada vez que me
llega el estribillo del tema estelar durante esas rondas -“…madre es sol y luna, porque como ella
ninguna, pureza, amor y bondad”- me veo arrojado sin defensa a la irrecuperable
tibieza de aquellos años. Y me conmuevo. Y sonrío porque, mientras dura la
pieza, quien ya no está regresa por un ratico.
Tales
romerías también formaban parte de las maniobras de galanteo con que aquellos
muchachones seducían a sus mozas, tarea que demandaba larguísimas horas de
práctica de un repertorio que -no faltaba más- arreciaba durante el último mes
del año. En casa la gaita era un marco musical decembrino con doble moldura. Así
como rechazo los regionalismos ruidosos o que la geografía determine el gusto, me parece
una pérdida de tiempo rebelarse ante los ramalazos de la nostalgia. Por muy Neguito
que estos sean
Carecemos
de la potestad de escoger los juguetes de la memoria y cada quien guarda su propio
inventario de presencias, una vieja película, la calle camino a la escuela, un
espagueti empapado en salsa de tomate, muchas
canciones. Al igual que el tiempo, la distancia tiene sus trampas y los amigos en
el extranjero ahora me llenan el correo electrónico con las fotos de las arepas
que no lograron comerse o las tonadas de Simón que medio escucharon.
Si
por estos días y en medio de una tranca vehicular te acercas a mi carro, quizá
escuches un atronador set de alabanzas a la Chinita y versos de belleza tan irregular
como la luz del relámpago del Catatumbo. Eso sí: solo por estos días.
Así
como comer hallaca, oír gaitas o regalar flores a la amada son gestos que perderían
mucha gracia si se hacen todo el año, la nostalgia hay que ejercerla de a
raticos.
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