viernes, mayo 17

Juicio al rompecolchón



Los afrodisíacos son una coartada del deseo. En nombre del ginseng se levantan imperios de dudosa reputación; mientras el chocolate, el más famoso de los alimentos vivificantes, lleva a que ellas arrojen hondos suspiros y se acaricien el pelo apenas dan el primer mordisco a la barra de chocolate (en este caso no hablamos estrictamente de un estímulo de la pasión, sino de la pasión misma, de un substituto). Aunque en tal despensa de la lujuria no hay peor trampa que nuestro criollo rompecolchón.
Apenas el lugareño se acerca por la orilla de la playa trayendo su roñosa cava contentiva de coctel de pepitonas, pulpo, camarones, chipichipi y pimiento morrón, la moza lanza a su pareja una mirada entre picarona y suplicante seguida del próximo comentario: “Cielo… ahí viene lo tuyo”, obvia sugerencia de que usted, señor, urge de esa pócima marina para reactivar el vigor. Una señal más obvia sería decirle que vaya a la farmacia a comprar un frasco de pastillitas azules. Y, señora, cuando su compañero le propone saborear este aperitivo conocido también como “Siete potencias”, es porque quizá él pretende verla tendida en la cama… de un hospital.
Me pregunto por qué el cine venezolano no ha filmado la primera película donde Erich Wildpret se deshaga de su pareja mediante el aplicado y riguroso ofrecimiento de rompecolchón. Hay varios métodos para perpetrar el crimen sin levantar sospechas:
1) Manera inmediata: La incorrecta preparación de este aperitivo trae consigo la actuación de especies diversas de vibriones (Vibrio cholerae, Vibrio parahaemolyticus, Vibrio vulnificus) así como Salmonella typhi y Escherichia coli, entre cuyos efectos sobresale -tras el hormigueo, la náusea, los vómitos y los resortijones- parálisis del diafragma que podría detenerle el pulso a la amante que no tuvo la cautela de exprimir un limón sobre la pócima.
2) A mediano plazo: La alicina contenida en el ajo y la cebolla favorece el flujo sanguíneo necesario para la “firmeza” masculina… más la aparición de besos irrespirables y su lógica excusa: “No eres tú, es tu aliento”.
3) Gradualmente: Los moluscos y crustáceos concentran en su carne los tóxicos consumidos, desde insecticidas hasta metales pesados como mercurio, cadmio, plomo y -¡no faltaba más!- arsénico. Asiduas invitaciones a Macuto y su ponzoñosa carga de rompecolchón perpetrarían un delito indetectable durante la autopsia.
En medio de las circunstancias que hoy vivimos, hay delicias, sí, que precipitan sanamente la pasión. Aparecerse en la primera cita con un frasco de aceite de comer garantiza el despertar de la libido, y aquí el mejor “vuelve a la vida” es sorprender con azúcar refinada guardada en una gaveta de la mesita de noche.
Fascina a tu pareja esparciendo sobre su ombligo un paquete de Harina PAN. ¡Oooohhh!
Impregna su cuerpo con pechugas de pollo. ¡Rico!
Embadúrnense con desabastecida margarina. ¡Aaaaaahh!
¡Así, así!

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