martes, mayo 28

El Hombre Maraña



Entre los rascacielos de la metrópoli pero también por los callejones del pueblo más apartado, afronta su lucha un paladín que, a diferencia del superhéroe común y corriente, no persigue combatir el mal ni salvar el mundo: su gesta radica en protegerse a sí mismo y a los suyos valiéndose del superpoder de la maraña.
Todos conocen a alguien así, si es que acaso no somos nosotros mismos uno más de estos flexibles acróbatas que se balancean de una diligencia a otra cuidando de mantener el equilibrio para no terminar de estrellarse contra el duro suelo de la miseria. Llega el lunes y El Hombre Maraña salta a las puertas de una oficina de recaudación de impuestos para ingeniárselas como gestor; el miércoles atiende la instalación de una llave de paso en casa de un generoso tío, cerrando la semana con un coco de taxi sobre su vehículo.
Es este titán quien seduce a su compadre con un “chico, esos cauchos que tienes en el patio están como nuevos, aún les quedan como 40 mil kilómetros de carretera; dámelos acá que yo te los vendo por ahí y vamos fity-fity con las ganancias”. Su súper visión le permite distinguir lucrativos negocios en donde los mortales solo ven ruinas y de un BlackBerry echado a perder exprime una surtida gama de repuestos, o -laberínticas son sus transacciones, de ahí el nombre por el que se le señala- invierte su cupo electrónico de Cadivi para la compra de pulseras y zarcillos a ofertar entre una clientela que paga tales bisuterías precisamente con sus cupos electrónicos Cadivi, los mismos que El Hombre Maraña reinvertirá en la adquisición de licuadoras por eBay y así.
Pero también… ¿ese desempleado que decide vender milagrosas hierbas adelgazantes no es acaso otro miembro de esta casta de colosos? ¿Qué cosa es un freelancer sino un marañero con título de licenciado? No es la industria petrolera y mucho menos la metalurgia: la maraña es el principal agente empleador en nuestra economía.
Ninguna historia heroica está completa sin el elemento del romance. Su mujer en casa es la damisela en apuros. Y lo alienta cada vez que el adalid llega cansado tras una dura jornada: “No hay nada en la nevera y los muchachos no han comido”. Claro, las peripecias para sobrevivir son ejercidas por ambos géneros y, tras enviar a sus tripones a la escuela, La Mujer Maraña compra coloridos cobertores en el Mercado Guaicaipuro para revenderlos entre sus amistades o recorre oficinas con un catálogo de cosméticos entre manos.
Pero nuestro paladín no está exento de caer en el lado oscuro, en ocasiones la necesidad pasa a ser codicia y se sabe de casos en que ningún repuesto sacado del BlackBerry sirvió para un carrizo o que a las manos del compadre nunca llegaron las ganancias correspondientes por la venta de aquellos cauchos viejos. Entre nosotros no hay apuesta más igualitaria que el chanchullo y también el ejecutivo o el encumbrado funcionario son a menudo seducidos por la maraña al servicio de las fuerzas del mal.
Lo que sigue es una historia de villanos.

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